viernes, 8 de agosto de 2008

Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja. Capitulo II: Lo que en realidad sucedió.

Las ideas las tengo a mil en este momento xD (debe ser por lo que hoy es día de suerte [8-8-08] xD).

He aquí el segundo capitulo de la segunda parte de Las Reliquias Nadthar. Ha salido un poco corto, pero es porque mas que todo hay información.

Espero que les guste y que me comenten.


Saludos.
Capitulo II: Lo que en realidad sucedió.
El grupo se quedó perplejo y nadie dijo nada. Luego Hälen continuó hablando:
–El viaje que hemos hecho ha sido por el espacio y el tiempo. Ahora han pasado varios años desde que Ganford obtuvo las reliquias…
– ¡¿Qué quieres decir con las?! –interrumpió Faratheir.
–Al obtener la reliquia de la Sabiduría, –continuó Hälen– Ganford ha tomado posesión de Alazdam. Esto estaba escrito, y ahora caigo en la cuenta.
”Tomando posesión de Alazdam, Ganford ha logrado atrapar la tercer reliquia; la reliquia del Poder. Este poder está sobre cualquier otro y comprende todo los mundos que existan. Nunca creí que existieran otros lugares, nunca se supo la forma en la que se podría viajar. Ahora me doy cuenta, que toda la profecía es cierta. Creí que con la Reliquia del Poder, su portador tendría el mando sobre las tierras Conocidas y sin Conocer, pero no es así. Tiene el mando sobre todo, y Ganford solo va a querer destruir.
Por eso la profecía hablaba de El Elegido, él sería quien salvaría al mundo del poder maligno. El corazón de Siveltheir solo hubiese querido el bien para todos los mundos.
– ¡El Thatgeir! –gritó Faratheir poniéndose de pie– ¿Qué ha pasado con él?
–Ganford había hechizado a mi amo, –continuó Hälen. La charla se había extendido por varias horas, y Helena se levantó para encender las luces– y eso lo iba a desaparecer. Antes de partir hacia Anârg, la hora del Thatgeir estaba llegando, y eso le dio el camino más fácil a Ganford.
Todos bajaron sus cabezas. Helena y Julio no conocían la historia completa, solo sabían que alguien… un elfo, llegaría a salvarlos de un mal que los destruiría.
Un silencio llenó la habitación, al punto en que las moscas se podían escuchar. Luego los sonidos de la noche comenzaron a opacar ese silencio.
–Entonces, –habló al fin Helena– quien es El Elegido.
Faratheir se percató de que su hijo había estado arriba ya mucho tiempo. Corrió en seguida por las escaleras y al llegar al cuarto donde dormía el elfo, lo vio con sus ojos abiertos, ensimismado.
–Siveltheir… –murmuró Faratheir– hijo… despierta.
– ¿Dónde estamos? –dijo Siveltheir– ¿Que ha pasado?
–Ganford nos ha enviado a otro mundo, hijo. –le respondió Faratheir, con voz enternecida– Estamos en el Reino de la Luna Roja, baja, te contaremos la historia.
Siveltheir seguía ensimismado, y no se inmutaba.
–Vamos, arriba. –le animó su padre– ¿Qué te pasa?
–Me siento vació. –respondió el muchacho– Algo me falta.
“La espada” Pensó Faratheir… pero ¿Por qué se sentía así?
El padre bajó, le arrebató la espada al enano y volvió a subir. Entregó la espada a su hijo, Siveltheir la agarró y una luz azul clara pasó del arma al chico.
Luego el elfo se levantó, abrazó a su padre y se adelantó a bajar.

En la planta baja aguardaban todos en silencio. Cuando Siveltheir llegó a la sala, Helena y Julio se levantaron.
–Así que tu eres El Elegido. –hicieron una reverencia y los dos estrecharon su mano.
Hälen lo miró, y en su cara se dibujó una hermosa sonrisa.
– ¿Qué pasó mientras no estuve? –preguntó Siveltheir perplejo.
Hälen volvió a contar toda la historia, y al terminar el muchacho dijo:
–Sé que este mundo no será destruido. Solo quiero saber, ¿Qué debo hacer para salvarlos?
–Según la profecía, –comenzó a explicar Helena– la Dama del Tiempo será la que te dará las instrucciones. Ella sabe muy bien lo que pasó, pasa y pasará.
De nuevo se hizo silencio.
–Ahora, –dijo al fin Julio– quiero hablar de tu espada…
–Zidunâth. –interrumpió Siveltheir.
–Así que ya la has nombrado. –exclamó Hälen.
–Así es… –continuó el elfo– de alguna extraña forma ese nombre está en mi cabeza.
–Bien. –dijo nuevamente Julio– Esa espada también hace parte de la profecía: “Una hermosa arma que enciende luces donde faltan, que abre puertas donde no hay llaves, que junto a su dueño es poderosa como el rugido del león.”
Siveltheir se quedó pensando un momento.
–Por eso ahora hace parte de mí. En este mundo Zidunâth es una más.
En ese momento un fuerte relincho se escuchó en todo el lugar.
– ¡Los caballos! –gritaron todos a la vez.
Siveltheir y su padre salieron al jardín. Allí el corcel blanco alumbraba en la oscuridad y Altrof estaba impaciente.
–Pero qué le pasa a ese caballo. –exclamó Siveltheir refiriéndose al caballo parlante.
–Algo muy raro sucede aquí. –le respondió Hälen– Hay fuerzas extrañas que no conocemos. Y esas fuerzas son las que impiden que haya magia. Altrof no puede hablar y yo… –aquí su voz se quebró– yo… no seré un hada.
Se escuchó un ooh! en ese momento.
Julio carraspeó:
–El poder de la Dama del Tiempo… esa es la fuerza.
–Por Dios… miren. –dijo entonces Helena, intentando cambiar el tema– He allí el por qué este mundo se llama así.
Alzó su mano, y señaló el oscuro cielo. La luna, grande y de un rojo intenso hermoso, alumbraba muy fuerte. Las nubes a su alrededor reflejaban ese rojo, y todo era un espectáculo.
El grupo miró hacia arriba sorprendidos, jamás habían visto algo como eso.

Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja. Capitulo I: El Reino de la Luna Roja

Hola.
Como vieron, Las Reliquias Nadthar, en realidad fue el incio de la historia que se encamina. Esta es la segunda parte de la historia: Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja.
Esta hisotria salio de mi cabeza de una forma extraña, simplemente vislumbré todo lo que nombro y lo demás vino por añadiduras jeje.
Espero que esta historia les guste más que la anterior.

Saludos.
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Capitulo I: El Reino de la Luna Roja.

Faratheir llevó a su hijo hasta la sombra de un árbol frondoso. Acostó el cuerpo inerte del muchacho y se sentó a su lado.
Hälen seguía intentando convertirse en hada, pero una fuerza extraña se lo impedía.
Arbazdûl tenía en su mano izquierda el hacha y en la otra la espada de Siveltheir.
Altrof y Lanwë, el corcel blanco, estaban juntos. El caballo parlante, hasta ese momento no había dicho nada, pero el enano notó que varias veces lo había intentado.

Era de día en aquel Nuevo Mundo. Pero todo era diferente. El sol era más pequeño que el de la tierra de la compañía, el pasto del suelo era de un verde muy claro, y el viento que soplaba era más frio de lo normal.

Hälen había estado mirando todo desde que habían llegado. Su cara ahora estaba extrañada y la desesperación por no poder usar su magia se hacía más grande.
No había ni rastro de lo que aquel mundo era.

Nadie había hablado desde que se refugiaron en el árbol. Faratheir se concentraba en su hijo, Hälen en descubrir donde estaban. Solo el enano y los caballos estaban perdidos en sí mismos.
– ¡Miren! –gritó de repente Hälen, señalando una extraña criatura que se acercaba a ellos.
Faratheir alzó la vista. Era una mujer de la raza de Adán. Su cara y su cuerpo aparentaban unos 30 años. Iba vestida de una forma peculiar, que al grupo le pareció extraña, un pantalón azul y una camisa blanca; sus cabellos eran dorados, y jugaban con el viento; y su cara era pálida.
La chica se acercó rápidamente hasta el árbol, miró a los viajeros y luego habló:
– ¿Quiénes son? –su cara parecía perpleja.
Hälen se adelantó y extendió su mano.
–Soy Hälen, princesa del reino de las hadas FaryTown. ¿Donde estamos y quién eres tú?
La mujer estrechó la mano del hada, y ahora estaba asombrada.
–Mi nombre es Helena. –dijo la mujer con delicadeza– Están en el Reino de la Luna Roja. ¿Cómo han llegado hasta aquí?
Hälen contó la historia, desde donde Ganford los había enviado sin más por un portal.
Luego, la mujer se presentó a los otros miembros del grupo. Quedó extrañada al ver al hombre gordo y pequeño que cargaba las armas y al ver el arma de la mano derecha.
–Deben estar cansados. –dijo tras haber terminado el estrechón de manos– El chico puede dormir cómodo y podemos darles de comer a todos ustedes en mi casa.

Faratheir alzó al pequeño elfo, y lo puso sobre Lanwë. Luego él se montó y puso el corcel cerca de la mujer. Hälen y Arbazdûl montaron sobre Altrof, y la mujer comenzó a caminar.
Por primera vez, la compañía había divisado el paisaje. Era un hermoso valle que se extendía a muchas millas. Había árboles frondosos por todas partes, con frutos grandes y apetitosos.
Se movieron por varios minutos hasta que al fin, en el horizonte, distinguieron una pequeña casa construida de madera.
Helena los guió hasta allá, donde un hombre alto y gordo aguardaba sentado en el jardín.
– ¡Ho! Julio, –exclamó la mujer dirigiéndose al hombre, que era su marido– no sabes la sorpresa que me he llevado. Son ellos, los he encontrado bajo un árbol. Son ellos Julio, querido.
La mujer sonaba excitada.
El grupo no supo a que se refería con ellos, así que quedaron confundidos.
El hombre se quedó observando a las figuras sobre los caballos y quedó con la boca abierta. Igual que Helena, se fijó en el arma que el enano cargaba en su mano derecha.
Cuando salió de su transe, se dispuso a abrir la puerta de la cerca.
Todos se bajaron de sus monturas y las dejaron fuera. Luego entraron.
La casa era pequeña pero agradable. Tenía dos pisos, y era estrecha. El primer piso estaba dividido en dos cuartitos. El de la cocina y el de la sala, donde había unas cómodas y un pequeño comedor de tres puestos.
Julio le dijo a Faratheir que subiera y pusiera al chico en una cama, y a los otros los invitó a tomar asiento.
El elfo subió las escaleras de madera, y vio que el segundo piso también se dividía en dos; un cuarto y otro más pequeño. Faratheir puso a Siveltheir en la primera cama que encontró, le besó su frente y volvió a bajar.
Allí Arbazdûl hablaba con el hombre, que se vio muy interesado en la espada de Siveltheir; y Hälen ayudaba a Helena a preparar el té.
El elfo se sentó junto al enano y se incluyó en la conversación.
– ¿Y dices que alumbra en las noches? –preguntaba Julio.
–Así es. Una flameante luz alumbra, cuando ninguna otra está encendida. –respondió el enano.
– ¿Dónde la han conseguido?
Ahí fue cuando Faratheir habló:
–Mi hijo… –dijo con voz quebrada– obtuvo la espada en un templo… en una de nuestras aventuras…
El hombre abrió la boca en señal de asombro y asintió.
Cuando ya se empezaban a sentir incómodos llegaron Hälen y Helena con el té.
Helena llevaba una tetera de porcelana que aun despedía vapor y un plato de mantequilla. Hälen llevaba consigo cinco pequeñas tazas también de porcelana y un plato con un pan más grande al que estaban acostumbrados a ver. Las mujeres pusieron todo sobre una mesa de centro del mismo material con el que estaba construida la casa.
Cuando ya todo estaba servido, y todos organizados, Hälen habló:
–Ahora, quiero que me cuenten de este… Reino de la Luna… ¿Roja? –tomó un poco de té.
Julio asintió.
–Sabemos quienes son. –dijo luego Helena– Me extraña que no conozcan donde están.
–Pues no. –dijo Faratheir tras haber tomado un sorbo de su taza– Hemos llegado aquí por accidente y queremos saber como salir.
–El Reino de la Luna Roja, –dijo Julio, sin prestar atención al elfo– se está destruyendo. Un mal muy poderoso está deshaciendo cada milla de este mundo. Cada hombre, cada árbol, cada lago, cada río… todo.
–El sol, –dijo luego Helena– cada vez se hace más pequeño… y… –su voz se quebró– si muere este, instantáneamente todos moriremos con él, envueltos en las profundas tinieblas.
–Y eso qué con nosotros. –dijo Faratheir bruscamente– Solo queremos salir de aquí.
–Ustedes no han llegado por accidente. –dijo Julio– Y tú, –se dirigió al elfo– como puedes ser tan egoísta. Debes de saber que serás tú quien nos salvará…
–Había escuchado esto. –interrumpió repentinamente Hälen– Y Faratheir no es quién los salvará.
La pareja de humanos quedaron sorprendidos, y Helena se adelantó a hablar:
– ¡Entonces quién es!
–El Elegido los salvará a ustedes de ese mal.

jueves, 7 de agosto de 2008

Las Reliquias Nadthar para Descargar

Como habrán notado, he abierto una sección de Descargas. Por ahora esta parte está en construcción, pero le hiré dando más vida.
Hasta este momento hay dos archivos disponibles: Robo en Oirad 1ª Edición sin revisar en formato .doc.zip; y Las Reliquias Nadthar 2ª Edición Revisada en formato .doc.rar . Esta nueva edición tendrá varios cambios, pero que no afectan a la historia en sí.
Se han cambiado palabras (por algunos sinonimos), se ha corregido ortografía, la canción de caminante de Hälen ha sido modificada por una totalmente nueva (creada por la verdadera Hälen ^^) y algunos cambios de decoración y diseño.
Para poder tener en tu computador la Edición de Las Reliquias Nadthar, deberás tener instalado el programa Win RAR. Este programa les permitirá descomprimir el archivo .doc . Las instrucciones están en la pagina de Descargas

Espero que les guste.

Saludos.

[Actualizado #2]

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Un viaje a otro mundo. (Cap. IX)

El descanso me sirvió ^^. Volví con el 9º y último capitulo de esta serie :D.
Este capitulo quedó bastante corto, pues solo buscaba darle un buen final ^^ jeje.
La historia, sin duda, dio un gran giro.
Espero que les guste.
Saludos.

Un viaje a otro mundo - Cap. IX

El cuerpo del enano se adelantó y los tres jinetes estaban en el arco. Hälen tomó su forma humana y se acercó hasta los elfos y el enano Arbazdûl.
La espada de Siveltheir alumbró aun más, y esta vez calentó el pantalón del elfo. En seguida, el chico la sacó de su vaina y su padre hizo lo mismo. Arbazdûl no hizo nada con su hacha. Y Hälen mantuvo su posición.
–Las armas ahora no servirán de nada. –habló Ganford mientras se acercaba más y más al grupo, y hacía unos extraños movimientos con sus manos– La Nadthar de la Sabiduría está ahora en mi poder, y tú has perdido esta batalla “Elegido”. Ahora, ustedes sufrirán el exilio al que los condenaré.
Entonces, un círculo azul comenzó a salir de las manos del cuerpo del enano como si fuera hilo.
–La Sabiduría me ha dado este poder. –continuó Ganford– Y este, será su último minuto en las tierras Conocidas y Sin Conocer.
El círculo se había hecho más grande mientras Ganford en el cuerpo del enano hablaba. Luego, una fuerza más poderosa que cualquiera, comenzó a tragar a la compañía.

Los ojos de Siveltheir comenzaron a pesarle mucho más que hacía unos minutos. Vio como él, su padre, Hälen, Arbazdûl y los dos caballos (mucho más atrás) eran absorbidos por el círculo azul.
Ante sus ojos, muchas imágenes pasaron y luego se vio flotando en un largo túnel, que parecía no tener fin. Por último, sintió como su espalda se golpeaba contra un duro suelo.
Su espada calló, y ya no producía luz. Luego, vio como del cielo –que era claro y despejado- caían todos sus compañeros, dando ruidos de dolor al chocarse con el piso.
Entonces, sus ojos se volvieron solo oscuridad.


Faratheir fue el primero en levantarse.
–¿Qué ha pasado? –preguntó mientras se sobaba la cabeza.
Hälen intentó tomar su forma de hada, pero no lo logró. Confundida, se puso de pié.
–Un viaje a otro mundo. Ganford nos envió a otro lugar. Ese era uno de los 10 poderes de la Nadthar.
–Y, ¿Dónde estamos? –dijo el enano, que acababa de ponerse sobre sus gordos pies.
–Eso no lo sé. –respondió Hälen, mirando a su alrededor.
Los caballos también estaban de pie, pero Altrof no había dicho nada.
Siveltheir se encontraba todavía tirado junto a su espada. Tenía los ojos cerrados y no se inmutaba.
Faratheir se acercó al muchacho y lo tomó en sus brazos como a un bebé. Pesaba igual que una pluma, y estaba pálido.–Debemos encontrar un refugio, y descifrar en donde estamos.

FIN

lunes, 4 de agosto de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Problemas en las montañas. (Cap. VIII)

Despues de un largo descanso ^^, he vuelto con otra entrega de Las Reliquias Nadthar. Esta vez, la historia dará un vuelvo inesperado.
Espero que les guste y que comenten.
Saludos.
Problemas en las montañas - Cap. VIII

En el capitulo anterior: Siveltheir y sus acompañantes se ponen en camino en busca de la segunda reliquia a las montañas del occidente, Ânarg. Pero los jinetes negros les seguirán su paso.

El grupo cabalgó algunas horas, cuando se dieron cuenta de que el terreno donde iban era desierto.
El calor era muy intenso. El corcel blanco estaba inquieto y Altrof no podía hablar. Se adelantaban a paso lento y Hälen comentaba lo que había escuchado de Anârg.
–Son montañas altas. –decía– La principal tiene forma del guerrero enano Berag-Zûn, y es llamada Bilân. Por allí recorre un rio, lo cual le da forma a la cara del guerrero. El rio termina en el lago Tharbdrûng, también propiedad de los enanos.
Mientras el hada hablaba, Faratheir miraba su mapa. Todo era tal como ella decía.
–Las minas. –continuó– Son altos salones, cavados a gran profundidad. El más grande tiene 6 plantas y está en la montaña de Nazrudâm.

Siveltheir se sentía perdido. Pero la seguridad en la cara de su padre no lo dejaba perder la esperanza. La noche ya estaba cayendo, y el frio comenzaba a cubrir sus cuerpos.
Altrof no dio más. Se quedó parado un buen rato, y fue cuando Faratheir decidió que descansarían.

Cada que oscurecía, la espada de Siveltheir se encendía, con una llama a su alrededor. Todos se asombraban de tal poder. El elfo la clavó en medio del grupo; les sirvió como una excelente hoguera.
Altrof se echó sobre la arena y calló dormido sin más ni más. El corcel blanco, siempre con delicadeza, se puso sobre sus patas y durmió.
En cuento a los elfos y el hada, se acurrucaron entre ellos para no sentir frio, además, el fuego de la espada también los calentaba.
****
Después de un largo día de cabalgata, los jinetes estaban en Anârg. Ya estaba muy de noche; los lobos aullaban, los murciélagos revoloteaban y los sonidos bajo tierra se escuchaban.
No dormirían esa noche, hasta poder encontrar un rastro de los servidores de Alazdam. Subían y bajaban lomas, hasta que en un punto, se dieron cuenta que no podrían seguir avanzando. Las montañas se hacían cada vez más altas, podían ver los picos nevados y en la superficie la entrada a las minas.
–¿Qué haremos? –preguntó Darg’xux.
–Habrá que ir hasta Bilân –respondió Hargz–, seguramente allí comenzarán a buscar. Malditos sean.
–Pero debemos parar. –apuntó Arg’zhul, deteniendo a su caballo– Ellos no caminan en la noche.
Los tres pararon sus caballos, buscaron una cueva donde refugiarse y allí aguardaron.
****
Al otro día, cuando ya todos estaban descansados, siguieron su camino.
Siveltheir agarró nuevamente su espada y se la cargó. Altrof estaba mejor, el sol le había afectado.
La mañana no era fría ni calurosa, así que avanzaron rápidamente.
– Más allá encontraremos el rio que viene desde Bilân, Abizändil. –decía el padre elfo viendo su pergamino, mientras el corcel blanco lo llevaba a paso lento– Allí reposaremos un momento, y luego continuaremos para comenzar a ascender. La Nadthar de la sabiduría está bajo Bilân, no hay de que preocuparse, el Thatgeir me dio la ruta completa.

El itinerario se siguió al pie de la letra. Llegaron hasta Abizändil a salvo. El sol brillaba fuertemente en ese instante.
Llenaron sus botellas con agua y descansaron al pie del río.
Partieron nuevamente siendo entre las tres y las cuatro de la tarde.
–Seguiremos río arriba, –explicó Faratheir– directamente llegaremos a Bilân. Para prevenirnos de subir por las montañas más altas seguiremos por el desfiladero.
Así lo hicieron. Cabalgaron por el desfiladero hacia la montaña, este los llevaba directamente a ella.
El camino pasaba por algunas lomas bajas. Franqueaban sobre piedras y matorrales altos. Altrof estaba fatigado, su costumbre a cabalgar por los valles le impedían moverse rápidamente por montañas.
Pasadas dos o tres horas, el sol estaba bajando, pero el camino estaba terminando. Ya podían ver el pico y la larga falda de Bilân.
–Allí, -dijo Hälen señalando hacia la montaña– está la entrada a las minas. Desde aquí los ejércitos enanos no nos dejarán pasar.
Minutos después un par de enanos se acercaban a ellos. La compañía oía los murmullos de rabia que daban.
–Un par de elfos y un hada. –decía uno. Estaba cargado con una larga hacha, una ballesta a sus espaldas, una pesada armadura y mithril en los hombros (y tal vez en el pecho).– ¿Qué hacen por aquí… esto es propiedad enana… no pueden venir sin autorización. –el enano estaba empuñando fuertemente el arma, listo a atacar.
Siveltheir bajó de Altrof, y se acercó al enano.
–Mi lord. –comenzó solemnemente– Soy Siveltheir, llamado también El Elegido. Venimos con un solo propósito, y no pretendemos perjudicar en sus oficios. No queremos blandir espadas y atacar contra ustedes, porque por mayoría ustedes serían vencedores… no sería justo.
Los enanos se miraban…
–¿Y entonces, cual es su propósito?
–Son cosas que solo nosotros podemos conocer. –respondió el elfo– Nuestro objetivo está en las minas. Solo entramos, lo obtenemos y salimos. No queremos problemas.
–Es difícil confiar en un elfo.
–Pero es posible confiar en el gobernador de esta tierra. –dijo Hälen, que había estado callada en toda la conversación– Siveltheir ocupará el puesto del Thatgeir… a quien deben su respeto señores enanos.
–Me presento. –dijo uno extendiendo su mano– Soy Arbazdûl, soldado de las minas. Aunque quisiera no puedo dejarlos pasar, sin la orden de nuestro general.
Siveltheir estrechó la mano de Arbazdûl.
–Yo soy Uzhâgal. –dijo el otro, sin extender la mano– Y la verdad, no quiero pegar en esto. Hasta luego.
Uzhâgal volvió a su puesto, lejos de donde estaban.
–Bien. –continuó Arbazdûl, sin darle la menor atención a Uzhâgal– Síganme… iremos donde el general.
El general del ejército de Anârg, de nombre Nûruk, residía en las minas de la montaña de atrás.
Era tarde, y estaba muy oscuro. Arbazdûl no pensaba parar a acampar.
–Tranquilos. –dijo en un momento, al ver la cara de preocupación de todos por los animales nocturnos– Este lugar está protegido. Tenemos a toda la guardia enana celando Anârg. Solo confíen en mí.

Viajaron durante varias horas, que se pasaron muy lento. El paisaje solo eran altas montañas rocosas. Nada más se veía en esa posición.
El viento era frio, y el primer brillo del alba lo pudieron percibir con dificultad.
Los ojos de Siveltheir estaban caídos e hinchados. A pesar de ser un elfo valiente, debía descansar.
Al fin, Arbazdûl paró a la entrada de una cueva.
–Aquí es. –dijo dando un suspiro– Nûruk se encuentra en su trono, en la segunda planta de estas minas. Casi nunca sale de aquí, si no es para asuntos de guerra. ¡Vamos!
Dejaron a los animales afuera, según el enano, estaría a salvo. Entraron a la cueva y no había ni una luz. Rápidamente la espada de Siveltheir alumbró flameante en su vaina. Lo más curioso es que nada se quemaba. El enano quedó impresionado.
El suelo era de mármol muy bien pulido. El techo se sostenía por gruesos y altos pilares decorados con unas extrañas runas.
El grupo avanzó por un largo pasillo, hasta llegar a una larga escalera. Por allí subieron hasta la segunda planta. Esta, no era muy diferente a la anterior. Solamente que en este habían unas antorchas en la pared, a lo largo de todo el pasillo.
Al fondo había un arco alto en donde se escuchaban voces. Por allí pasaron.
Encontraron a un enano más gordo y barbudo que los anteriores. Tenía la cabeza sumergida en un gran estanque de losa. En la habitación se escuchaban voces en el aire que provenían de ese estanque.
–Mi señor. –dijo al fin Arbazdûl– Vengo a pedirle el permiso de que deje pasar a este grupo a las minas de Bilân. Son sirvientes del Thatgeir…
–Pero uno de nosotros –interrumpió Hälen– Tendrá el mismo poder que mi amo.
El general sacó su cara del estanque de losa, y las voces cesaron. Miró a Siveltheir en seguida.
–Así que ustedes son los sirvientes de Alazdam. –dijo Nûruk entre risitas– Al fin los tengo.
En seguida, una risa malvada se escuchó en todo el salón. Faratheir se adelantó y sacó su espada e intentó alejar a su hijo. Pero este ya tenía la flameante espada fuera de su vaina, y estaba listo a atacar.
Hälen rápidamente supo lo que pasaba.
– ¡Es Ganford! –gritó, y las caras de los elfos se llenaron de pánico.
La risa malvada nuevamente se escuchó y el cuerpo del enano se hizo más grande.
–El hada es ágil. Exactamente… soy Ganford. –dijo el enano y nuevamente rio– Y ustedes están atrapados.
De pronto, los tres jinetes negros aparecieron desde la escalera. Siveltheir y Faratheir se miraban. A Hälen no se le veía preocupación. Y Arbazdûl no tenía palabras.–Pero que diablos ha pasado. –dijo entonces Siveltheir, volteándose para ver al hada.