lunes, 22 de diciembre de 2008

Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna roja. Capitulo III: La Dama del Tiempo.

Después de varios meses sin escribir, regreso con el tercer capitulo de la segunda parte de Las Reliquias Nadthar.

Esta vez, el grupo llegará hasta las puertas del templo de la Dama del tiempo en busca de su consejo. Una nueva misión se les encomendará.


Espero que les guste y me comenten.

Saludos.

Capitulo III: La Dama del Tiempo.
–Y ahora bien… –habló de nuevo Helena– es hora de dormir.
–Mañana mismo partiremos en busca de la dama del tiempo. –Añadió su esposo– De seguro ella te ayudará a convertir de nuevo, Hälen.
El caballo volvió a relinchar impaciente.
–Y a ti también. –rio Julio.

Nuevamente entraron a la casa. No habría lugar para todos los visitantes en el pequeño hogar, así que Julio y Helena prepararon algunos colchones en la sala (donde durmieron Hälen y Arbazdûl) y en el cuartito de arriba (donde durmieron Faratheir y su hijo).
La noche transcurrió sin problemas para todos, menos para Siveltheir, que no durmió hasta muy avanzada la noche.
Había estado pensando en todo lo que ese día había sucedido. La Dama del Tiempo, la Luna Roja, las Reliquias, Ganford, el Thatgeir… y muchas cosas más que pasaban por su mente y lo afligían.
¿Era su culpa que todos los mundos fueran a ser destruidos? ¿La Dama del Tiempo podría ayudarle a arreglar ese daño? ¿Podrían devolver el tiempo y regresar a las Tierras Conocidas y sin Conocer? ¿Ganford se podría vencer?
Estaba confundido, su única solución era esperar al otro día haber que podrían hacer.

Helena se despertó a la primera señal del alba. Bajó a la cocina y preparó el desayuno: Huevos, tocino, pan y jugo de naranja. Lo sirvió todo en la mesa y despertó a toda la gente.
Comieron y hablaron de su plan del día. Acordaron salir en seguida terminaran el desayuno. Ensillarían los caballos y partirían al norte, donde estaba la Dama del Tiempo.
Así lo hicieron. Julio y Helena tomaron un par de caballos, del establo que estaba detrás de la casa. Arbazdûl y Hälen montaron sobre Altrof, y Faratheir y Siveltheir sobre Lanwë.
Su marcha transcurrió tranquila. El viento fresco de la mañana tocaba sus caras con suaves caricias y el delicado y pequeño sol alumbraba sus caras.
El valle era muy extenso, las montañas se veían claras y pequeñas, muy a lo lejos.
Al fin Julio habló:
–La Dama del Tiempo reside en un lugar recóndito, al que muy pocos llegan.
–Nosotros, –continuó Helena– nunca hemos ido, pero conocemos el camino según las profecías.
Julio asintió.
–Su templo se encuentra oculto por extraños encantamientos en la falda de la montaña más alta de esa cordillera, la montaña Zîbar.
–Y solo pronunciando las palabras correctas podrá aparecer. –concluyó Helena.

Siveltheir iba armado con Zidunâth, que alumbraba una luz azul, pero la frecuencia aumentaba cada vez que se acercaban más a la cordillera.

Y entre charlas y charlas, llegaron a la falda de Zîbar.
–Es hora, Julio, querido. –dijo Helena bajándose del caballo.
Julio asintió y también desmontó su caballo.
Se acercaron hasta una colina, se tomaron de las manos y recitaron las palabras:
Indinâth Ar-Ibazîr Yanazôr Zidar Buzadûn Khalab t ay Tarak-Zaram iet Mizâr.En seguida unos torreones de piedra comenzaron a emanar del suelo en una hondonada a unos metros de donde estaba la pareja.
Tan solo unos minutos después había ante ellos una alta construcción de piedra.
–He aquí el Templo del Tiempo. –dijo Julio a sus compañeros y les hizo una seña para que se acercaran.
La compañía fue hacia ellos, desmontaron sus caballos y cargaron sus armas. Zidunâth estaba ardiente y completamente iluminada por la luz azul.
Cuando de nuevo estaban todos juntos fueron hacia las puertas de madera del edificio que tenían tallado un hermoso león rojo, y se abrieron como por arte de magia.
El grupo entró. Era una construcción alta, de paredes de piedra. Adornada con cuadros de marco de oro, sillas de una madera muy pulida, lámparas y espejos de plata, y un sin fin de armas colgadas en las paredes.
El suelo era de un mármol gris, liso y pulido.

A unos pasos de las puertas se encontraron con una escalera, que en su rellano se dividía en dos.
–Por aquí –dijo Julio, adelantándose por la escalera que iba a la izquierda.
Siguieron por allí hasta llegar al piso superior, que era en realidad un largo pasillo que terminaba en una puerta.
Mientras caminaban hacia la puerta detallaban los extraños cuadros que había en las paredes. Hombres caídos en guerra, paisajes oscuros y retratos de brujas.
Al llegar, Julio recitó el final de la frase con la que habían abierto la puerta principal:
Tarak-Zaram iet Mizâr.
Y una voz fuerte, pero dulce habló dentro del cuarto:
–Que esos fieles sigan.
Las puertas se abrieron y Julio hizo señas para que siguieran.
La habitación era muy parecida a la del Thatgeir; a sus pies una alfombra roja, algunas sillas de oro y plata regadas por la habitación, un gran armario de madera en un extremo, cuadros y armas en las paredes, y una gran jofaina de piedra como la que habían visto en su último día en las tierras Conocidas y sin Conocer.
–Bienvenidos sean –dijo una dama delgada, de piel centrina y cabello rubio– ¿Qué os trae por aquí? ¿Cómo han logrado entrar?
El enano dejó su mirada puesta en la mujer, le atraía. Siveltheir sentía el intenso calor de Zidunâth en su pierna, y todos podían ver como alumbraba. Helena y Julio estaban contentos de ver a la Dama, muy pocos lo habían hecho.
El joven elfo se adelantó, y agarró la mano de la Dama:
–Soy Siveltheir –dijo con propiedad– Vengo de las Tierras Conocidas y sin Conocer, usted conocerá sobre eso. –luego besó la mano de la mujer y la soltó.
–Milady –dijo Julio– Las palabras de entrada las conocemos mi esposa y yo, por lo que debe saber que sí somos los fieles al Mizâr.
Ni Hälen, Arbazdûl, Faratheir o Siveltheir, sabían a que se refería con “los fieles al Mizâr”.
–Lo sé –exclamó la Dama– Ninguna persona que no sea fiel conoce mi historia, y si la llegara a escuchar las palabras no funcionarían. Los hechizos de este castillo responden al poder del corazón y no solo a las palabras. ¿Pero respóndanme… que los trae a mis aposentos?
–Señora. –dijo Siveltheir nuevamente– Quiero que nos ayude a contrarrestar las fuerzas de Ganford…
–Ganford… –interrumpió la Dama, cabizbaja– Si. Ya había escuchado de esto, pequeño. Y podré ayudarlos, claro, si ustedes ponen de su parte.
–Lo pondremos todo, mi señora. –exclamó el joven elfo.
Hälen carraspeó, no había hablado desde hacía rato:
–Y ¿Cómo sabremos que usted no es mala?
–Oh, vamos! –le respondió Julio, reprendiéndola– Ella es la regente de la orden del Mizâr, y puedes estar segura que no es nada malo.
–… ¿Julio? –preguntó la Dama. El hombre asintió– tienes razón, al parecer las historias han ido más allá de lo que quería…
– ¿Y que rayos es “la orden del Mizâr”? –interrumpió Hälen.
–Una insurrección de los más poderosos de este mundo. –respondió la Dama– Buscamos desde hace mucho tiempo deshacernos del mal que nos acecha. Ese mal que cada día encoge nuestro sol, ese mal que vuelve las noches más frías y la luna más roja.
Hälen calló.
–Y Siveltheir… –continuó la mujer– tú eres parte de esa insurrección.
El chico no se asombró como lo hicieron su padre, el enano, Julio y Helena.
–Ya lo creía. –dijo con desdén– Ahora que estoy en este mundo, hago parte de los más poderosos.
–Pero no solo eso. –dijo nuevamente la Dama– Eres más poderoso que yo… y por lo tanto… te convertirías en el regente de la Orden.
En este punto el chico si se asombró, y un silencio incomodo invadió la habitación. La espada cada vez se hacía más caliente, y el elfo la desenvainó.
–Tu espada… –la Dama observó de arriba abajo a Zidunâth– Es muy poderosa, será de gran ayuda para acabar con Ganford.
–Bien. –Volvió a hablar Hälen– ¿Qué es lo que debemos hacer?
–Otro viaje en el espacio y el tiempo… –respondió la Dama– la única forma de vencer a Ganford, es viajando entre los diferentes mundos donde él ha dejado su poder marcado.
”Lo que deberás hacer, Siveltheir, será destruir esa marca que ha dejado Ganford… para eso Zidunâth te ayudará. Ahora toma esto, -la Dama del Tiempo le puso un hermoso collar alrededor de su cuello. Tenía una perla en el centro y era de plata brillante– será otra arma imprescindible. Sin este collar no podrás viajar. Para hacerlo, lo único que deberás hacer será tocar con la punta de Zidunâth esta perla… y listo, el collar sabrá donde será tu siguiente misión.
–Mi señora, –exclamó Siveltheir– ¿Qué podrían ser las marcas que Ganford deja?
–Como varían los mundos, así también varían las posibles marcas que ese “monstruo” puede dejar. –respondió la Dama solemnemente– Te aseguro que Zidunâth te aconsejará. Esa espada, –continuó, señalando el arma– es inteligente Siveltheir. Ella sabe a quien debe destruir y sabe a quién debe seguir. Solo confía en ella.
Un silencio abordó el lugar. Siveltheir fijó su mirada en la espada, la miraba orgulloso. Se sentía poderoso.
–Ahora bien –dijo al fin la Dama– es hora de partir. Desenvaina la espada. –ordenó, y al instante Siveltheir obedeció. –Dirige la punta hacía el collar, y toca la perla. En seguida… desaparecerán.
Con miedo, el joven elfo dirigió la espada a su cuello, y suavemente la acercó a la perla del collar. Luego, la oscuridad calló sobre él.

viernes, 8 de agosto de 2008

Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja. Capitulo II: Lo que en realidad sucedió.

Las ideas las tengo a mil en este momento xD (debe ser por lo que hoy es día de suerte [8-8-08] xD).

He aquí el segundo capitulo de la segunda parte de Las Reliquias Nadthar. Ha salido un poco corto, pero es porque mas que todo hay información.

Espero que les guste y que me comenten.


Saludos.
Capitulo II: Lo que en realidad sucedió.
El grupo se quedó perplejo y nadie dijo nada. Luego Hälen continuó hablando:
–El viaje que hemos hecho ha sido por el espacio y el tiempo. Ahora han pasado varios años desde que Ganford obtuvo las reliquias…
– ¡¿Qué quieres decir con las?! –interrumpió Faratheir.
–Al obtener la reliquia de la Sabiduría, –continuó Hälen– Ganford ha tomado posesión de Alazdam. Esto estaba escrito, y ahora caigo en la cuenta.
”Tomando posesión de Alazdam, Ganford ha logrado atrapar la tercer reliquia; la reliquia del Poder. Este poder está sobre cualquier otro y comprende todo los mundos que existan. Nunca creí que existieran otros lugares, nunca se supo la forma en la que se podría viajar. Ahora me doy cuenta, que toda la profecía es cierta. Creí que con la Reliquia del Poder, su portador tendría el mando sobre las tierras Conocidas y sin Conocer, pero no es así. Tiene el mando sobre todo, y Ganford solo va a querer destruir.
Por eso la profecía hablaba de El Elegido, él sería quien salvaría al mundo del poder maligno. El corazón de Siveltheir solo hubiese querido el bien para todos los mundos.
– ¡El Thatgeir! –gritó Faratheir poniéndose de pie– ¿Qué ha pasado con él?
–Ganford había hechizado a mi amo, –continuó Hälen. La charla se había extendido por varias horas, y Helena se levantó para encender las luces– y eso lo iba a desaparecer. Antes de partir hacia Anârg, la hora del Thatgeir estaba llegando, y eso le dio el camino más fácil a Ganford.
Todos bajaron sus cabezas. Helena y Julio no conocían la historia completa, solo sabían que alguien… un elfo, llegaría a salvarlos de un mal que los destruiría.
Un silencio llenó la habitación, al punto en que las moscas se podían escuchar. Luego los sonidos de la noche comenzaron a opacar ese silencio.
–Entonces, –habló al fin Helena– quien es El Elegido.
Faratheir se percató de que su hijo había estado arriba ya mucho tiempo. Corrió en seguida por las escaleras y al llegar al cuarto donde dormía el elfo, lo vio con sus ojos abiertos, ensimismado.
–Siveltheir… –murmuró Faratheir– hijo… despierta.
– ¿Dónde estamos? –dijo Siveltheir– ¿Que ha pasado?
–Ganford nos ha enviado a otro mundo, hijo. –le respondió Faratheir, con voz enternecida– Estamos en el Reino de la Luna Roja, baja, te contaremos la historia.
Siveltheir seguía ensimismado, y no se inmutaba.
–Vamos, arriba. –le animó su padre– ¿Qué te pasa?
–Me siento vació. –respondió el muchacho– Algo me falta.
“La espada” Pensó Faratheir… pero ¿Por qué se sentía así?
El padre bajó, le arrebató la espada al enano y volvió a subir. Entregó la espada a su hijo, Siveltheir la agarró y una luz azul clara pasó del arma al chico.
Luego el elfo se levantó, abrazó a su padre y se adelantó a bajar.

En la planta baja aguardaban todos en silencio. Cuando Siveltheir llegó a la sala, Helena y Julio se levantaron.
–Así que tu eres El Elegido. –hicieron una reverencia y los dos estrecharon su mano.
Hälen lo miró, y en su cara se dibujó una hermosa sonrisa.
– ¿Qué pasó mientras no estuve? –preguntó Siveltheir perplejo.
Hälen volvió a contar toda la historia, y al terminar el muchacho dijo:
–Sé que este mundo no será destruido. Solo quiero saber, ¿Qué debo hacer para salvarlos?
–Según la profecía, –comenzó a explicar Helena– la Dama del Tiempo será la que te dará las instrucciones. Ella sabe muy bien lo que pasó, pasa y pasará.
De nuevo se hizo silencio.
–Ahora, –dijo al fin Julio– quiero hablar de tu espada…
–Zidunâth. –interrumpió Siveltheir.
–Así que ya la has nombrado. –exclamó Hälen.
–Así es… –continuó el elfo– de alguna extraña forma ese nombre está en mi cabeza.
–Bien. –dijo nuevamente Julio– Esa espada también hace parte de la profecía: “Una hermosa arma que enciende luces donde faltan, que abre puertas donde no hay llaves, que junto a su dueño es poderosa como el rugido del león.”
Siveltheir se quedó pensando un momento.
–Por eso ahora hace parte de mí. En este mundo Zidunâth es una más.
En ese momento un fuerte relincho se escuchó en todo el lugar.
– ¡Los caballos! –gritaron todos a la vez.
Siveltheir y su padre salieron al jardín. Allí el corcel blanco alumbraba en la oscuridad y Altrof estaba impaciente.
–Pero qué le pasa a ese caballo. –exclamó Siveltheir refiriéndose al caballo parlante.
–Algo muy raro sucede aquí. –le respondió Hälen– Hay fuerzas extrañas que no conocemos. Y esas fuerzas son las que impiden que haya magia. Altrof no puede hablar y yo… –aquí su voz se quebró– yo… no seré un hada.
Se escuchó un ooh! en ese momento.
Julio carraspeó:
–El poder de la Dama del Tiempo… esa es la fuerza.
–Por Dios… miren. –dijo entonces Helena, intentando cambiar el tema– He allí el por qué este mundo se llama así.
Alzó su mano, y señaló el oscuro cielo. La luna, grande y de un rojo intenso hermoso, alumbraba muy fuerte. Las nubes a su alrededor reflejaban ese rojo, y todo era un espectáculo.
El grupo miró hacia arriba sorprendidos, jamás habían visto algo como eso.

Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja. Capitulo I: El Reino de la Luna Roja

Hola.
Como vieron, Las Reliquias Nadthar, en realidad fue el incio de la historia que se encamina. Esta es la segunda parte de la historia: Las Reliquias Nadthar y el Reino de la Luna Roja.
Esta hisotria salio de mi cabeza de una forma extraña, simplemente vislumbré todo lo que nombro y lo demás vino por añadiduras jeje.
Espero que esta historia les guste más que la anterior.

Saludos.
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Capitulo I: El Reino de la Luna Roja.

Faratheir llevó a su hijo hasta la sombra de un árbol frondoso. Acostó el cuerpo inerte del muchacho y se sentó a su lado.
Hälen seguía intentando convertirse en hada, pero una fuerza extraña se lo impedía.
Arbazdûl tenía en su mano izquierda el hacha y en la otra la espada de Siveltheir.
Altrof y Lanwë, el corcel blanco, estaban juntos. El caballo parlante, hasta ese momento no había dicho nada, pero el enano notó que varias veces lo había intentado.

Era de día en aquel Nuevo Mundo. Pero todo era diferente. El sol era más pequeño que el de la tierra de la compañía, el pasto del suelo era de un verde muy claro, y el viento que soplaba era más frio de lo normal.

Hälen había estado mirando todo desde que habían llegado. Su cara ahora estaba extrañada y la desesperación por no poder usar su magia se hacía más grande.
No había ni rastro de lo que aquel mundo era.

Nadie había hablado desde que se refugiaron en el árbol. Faratheir se concentraba en su hijo, Hälen en descubrir donde estaban. Solo el enano y los caballos estaban perdidos en sí mismos.
– ¡Miren! –gritó de repente Hälen, señalando una extraña criatura que se acercaba a ellos.
Faratheir alzó la vista. Era una mujer de la raza de Adán. Su cara y su cuerpo aparentaban unos 30 años. Iba vestida de una forma peculiar, que al grupo le pareció extraña, un pantalón azul y una camisa blanca; sus cabellos eran dorados, y jugaban con el viento; y su cara era pálida.
La chica se acercó rápidamente hasta el árbol, miró a los viajeros y luego habló:
– ¿Quiénes son? –su cara parecía perpleja.
Hälen se adelantó y extendió su mano.
–Soy Hälen, princesa del reino de las hadas FaryTown. ¿Donde estamos y quién eres tú?
La mujer estrechó la mano del hada, y ahora estaba asombrada.
–Mi nombre es Helena. –dijo la mujer con delicadeza– Están en el Reino de la Luna Roja. ¿Cómo han llegado hasta aquí?
Hälen contó la historia, desde donde Ganford los había enviado sin más por un portal.
Luego, la mujer se presentó a los otros miembros del grupo. Quedó extrañada al ver al hombre gordo y pequeño que cargaba las armas y al ver el arma de la mano derecha.
–Deben estar cansados. –dijo tras haber terminado el estrechón de manos– El chico puede dormir cómodo y podemos darles de comer a todos ustedes en mi casa.

Faratheir alzó al pequeño elfo, y lo puso sobre Lanwë. Luego él se montó y puso el corcel cerca de la mujer. Hälen y Arbazdûl montaron sobre Altrof, y la mujer comenzó a caminar.
Por primera vez, la compañía había divisado el paisaje. Era un hermoso valle que se extendía a muchas millas. Había árboles frondosos por todas partes, con frutos grandes y apetitosos.
Se movieron por varios minutos hasta que al fin, en el horizonte, distinguieron una pequeña casa construida de madera.
Helena los guió hasta allá, donde un hombre alto y gordo aguardaba sentado en el jardín.
– ¡Ho! Julio, –exclamó la mujer dirigiéndose al hombre, que era su marido– no sabes la sorpresa que me he llevado. Son ellos, los he encontrado bajo un árbol. Son ellos Julio, querido.
La mujer sonaba excitada.
El grupo no supo a que se refería con ellos, así que quedaron confundidos.
El hombre se quedó observando a las figuras sobre los caballos y quedó con la boca abierta. Igual que Helena, se fijó en el arma que el enano cargaba en su mano derecha.
Cuando salió de su transe, se dispuso a abrir la puerta de la cerca.
Todos se bajaron de sus monturas y las dejaron fuera. Luego entraron.
La casa era pequeña pero agradable. Tenía dos pisos, y era estrecha. El primer piso estaba dividido en dos cuartitos. El de la cocina y el de la sala, donde había unas cómodas y un pequeño comedor de tres puestos.
Julio le dijo a Faratheir que subiera y pusiera al chico en una cama, y a los otros los invitó a tomar asiento.
El elfo subió las escaleras de madera, y vio que el segundo piso también se dividía en dos; un cuarto y otro más pequeño. Faratheir puso a Siveltheir en la primera cama que encontró, le besó su frente y volvió a bajar.
Allí Arbazdûl hablaba con el hombre, que se vio muy interesado en la espada de Siveltheir; y Hälen ayudaba a Helena a preparar el té.
El elfo se sentó junto al enano y se incluyó en la conversación.
– ¿Y dices que alumbra en las noches? –preguntaba Julio.
–Así es. Una flameante luz alumbra, cuando ninguna otra está encendida. –respondió el enano.
– ¿Dónde la han conseguido?
Ahí fue cuando Faratheir habló:
–Mi hijo… –dijo con voz quebrada– obtuvo la espada en un templo… en una de nuestras aventuras…
El hombre abrió la boca en señal de asombro y asintió.
Cuando ya se empezaban a sentir incómodos llegaron Hälen y Helena con el té.
Helena llevaba una tetera de porcelana que aun despedía vapor y un plato de mantequilla. Hälen llevaba consigo cinco pequeñas tazas también de porcelana y un plato con un pan más grande al que estaban acostumbrados a ver. Las mujeres pusieron todo sobre una mesa de centro del mismo material con el que estaba construida la casa.
Cuando ya todo estaba servido, y todos organizados, Hälen habló:
–Ahora, quiero que me cuenten de este… Reino de la Luna… ¿Roja? –tomó un poco de té.
Julio asintió.
–Sabemos quienes son. –dijo luego Helena– Me extraña que no conozcan donde están.
–Pues no. –dijo Faratheir tras haber tomado un sorbo de su taza– Hemos llegado aquí por accidente y queremos saber como salir.
–El Reino de la Luna Roja, –dijo Julio, sin prestar atención al elfo– se está destruyendo. Un mal muy poderoso está deshaciendo cada milla de este mundo. Cada hombre, cada árbol, cada lago, cada río… todo.
–El sol, –dijo luego Helena– cada vez se hace más pequeño… y… –su voz se quebró– si muere este, instantáneamente todos moriremos con él, envueltos en las profundas tinieblas.
–Y eso qué con nosotros. –dijo Faratheir bruscamente– Solo queremos salir de aquí.
–Ustedes no han llegado por accidente. –dijo Julio– Y tú, –se dirigió al elfo– como puedes ser tan egoísta. Debes de saber que serás tú quien nos salvará…
–Había escuchado esto. –interrumpió repentinamente Hälen– Y Faratheir no es quién los salvará.
La pareja de humanos quedaron sorprendidos, y Helena se adelantó a hablar:
– ¡Entonces quién es!
–El Elegido los salvará a ustedes de ese mal.

jueves, 7 de agosto de 2008

Las Reliquias Nadthar para Descargar

Como habrán notado, he abierto una sección de Descargas. Por ahora esta parte está en construcción, pero le hiré dando más vida.
Hasta este momento hay dos archivos disponibles: Robo en Oirad 1ª Edición sin revisar en formato .doc.zip; y Las Reliquias Nadthar 2ª Edición Revisada en formato .doc.rar . Esta nueva edición tendrá varios cambios, pero que no afectan a la historia en sí.
Se han cambiado palabras (por algunos sinonimos), se ha corregido ortografía, la canción de caminante de Hälen ha sido modificada por una totalmente nueva (creada por la verdadera Hälen ^^) y algunos cambios de decoración y diseño.
Para poder tener en tu computador la Edición de Las Reliquias Nadthar, deberás tener instalado el programa Win RAR. Este programa les permitirá descomprimir el archivo .doc . Las instrucciones están en la pagina de Descargas

Espero que les guste.

Saludos.

[Actualizado #2]

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Un viaje a otro mundo. (Cap. IX)

El descanso me sirvió ^^. Volví con el 9º y último capitulo de esta serie :D.
Este capitulo quedó bastante corto, pues solo buscaba darle un buen final ^^ jeje.
La historia, sin duda, dio un gran giro.
Espero que les guste.
Saludos.

Un viaje a otro mundo - Cap. IX

El cuerpo del enano se adelantó y los tres jinetes estaban en el arco. Hälen tomó su forma humana y se acercó hasta los elfos y el enano Arbazdûl.
La espada de Siveltheir alumbró aun más, y esta vez calentó el pantalón del elfo. En seguida, el chico la sacó de su vaina y su padre hizo lo mismo. Arbazdûl no hizo nada con su hacha. Y Hälen mantuvo su posición.
–Las armas ahora no servirán de nada. –habló Ganford mientras se acercaba más y más al grupo, y hacía unos extraños movimientos con sus manos– La Nadthar de la Sabiduría está ahora en mi poder, y tú has perdido esta batalla “Elegido”. Ahora, ustedes sufrirán el exilio al que los condenaré.
Entonces, un círculo azul comenzó a salir de las manos del cuerpo del enano como si fuera hilo.
–La Sabiduría me ha dado este poder. –continuó Ganford– Y este, será su último minuto en las tierras Conocidas y Sin Conocer.
El círculo se había hecho más grande mientras Ganford en el cuerpo del enano hablaba. Luego, una fuerza más poderosa que cualquiera, comenzó a tragar a la compañía.

Los ojos de Siveltheir comenzaron a pesarle mucho más que hacía unos minutos. Vio como él, su padre, Hälen, Arbazdûl y los dos caballos (mucho más atrás) eran absorbidos por el círculo azul.
Ante sus ojos, muchas imágenes pasaron y luego se vio flotando en un largo túnel, que parecía no tener fin. Por último, sintió como su espalda se golpeaba contra un duro suelo.
Su espada calló, y ya no producía luz. Luego, vio como del cielo –que era claro y despejado- caían todos sus compañeros, dando ruidos de dolor al chocarse con el piso.
Entonces, sus ojos se volvieron solo oscuridad.


Faratheir fue el primero en levantarse.
–¿Qué ha pasado? –preguntó mientras se sobaba la cabeza.
Hälen intentó tomar su forma de hada, pero no lo logró. Confundida, se puso de pié.
–Un viaje a otro mundo. Ganford nos envió a otro lugar. Ese era uno de los 10 poderes de la Nadthar.
–Y, ¿Dónde estamos? –dijo el enano, que acababa de ponerse sobre sus gordos pies.
–Eso no lo sé. –respondió Hälen, mirando a su alrededor.
Los caballos también estaban de pie, pero Altrof no había dicho nada.
Siveltheir se encontraba todavía tirado junto a su espada. Tenía los ojos cerrados y no se inmutaba.
Faratheir se acercó al muchacho y lo tomó en sus brazos como a un bebé. Pesaba igual que una pluma, y estaba pálido.–Debemos encontrar un refugio, y descifrar en donde estamos.

FIN

lunes, 4 de agosto de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Problemas en las montañas. (Cap. VIII)

Despues de un largo descanso ^^, he vuelto con otra entrega de Las Reliquias Nadthar. Esta vez, la historia dará un vuelvo inesperado.
Espero que les guste y que comenten.
Saludos.
Problemas en las montañas - Cap. VIII

En el capitulo anterior: Siveltheir y sus acompañantes se ponen en camino en busca de la segunda reliquia a las montañas del occidente, Ânarg. Pero los jinetes negros les seguirán su paso.

El grupo cabalgó algunas horas, cuando se dieron cuenta de que el terreno donde iban era desierto.
El calor era muy intenso. El corcel blanco estaba inquieto y Altrof no podía hablar. Se adelantaban a paso lento y Hälen comentaba lo que había escuchado de Anârg.
–Son montañas altas. –decía– La principal tiene forma del guerrero enano Berag-Zûn, y es llamada Bilân. Por allí recorre un rio, lo cual le da forma a la cara del guerrero. El rio termina en el lago Tharbdrûng, también propiedad de los enanos.
Mientras el hada hablaba, Faratheir miraba su mapa. Todo era tal como ella decía.
–Las minas. –continuó– Son altos salones, cavados a gran profundidad. El más grande tiene 6 plantas y está en la montaña de Nazrudâm.

Siveltheir se sentía perdido. Pero la seguridad en la cara de su padre no lo dejaba perder la esperanza. La noche ya estaba cayendo, y el frio comenzaba a cubrir sus cuerpos.
Altrof no dio más. Se quedó parado un buen rato, y fue cuando Faratheir decidió que descansarían.

Cada que oscurecía, la espada de Siveltheir se encendía, con una llama a su alrededor. Todos se asombraban de tal poder. El elfo la clavó en medio del grupo; les sirvió como una excelente hoguera.
Altrof se echó sobre la arena y calló dormido sin más ni más. El corcel blanco, siempre con delicadeza, se puso sobre sus patas y durmió.
En cuento a los elfos y el hada, se acurrucaron entre ellos para no sentir frio, además, el fuego de la espada también los calentaba.
****
Después de un largo día de cabalgata, los jinetes estaban en Anârg. Ya estaba muy de noche; los lobos aullaban, los murciélagos revoloteaban y los sonidos bajo tierra se escuchaban.
No dormirían esa noche, hasta poder encontrar un rastro de los servidores de Alazdam. Subían y bajaban lomas, hasta que en un punto, se dieron cuenta que no podrían seguir avanzando. Las montañas se hacían cada vez más altas, podían ver los picos nevados y en la superficie la entrada a las minas.
–¿Qué haremos? –preguntó Darg’xux.
–Habrá que ir hasta Bilân –respondió Hargz–, seguramente allí comenzarán a buscar. Malditos sean.
–Pero debemos parar. –apuntó Arg’zhul, deteniendo a su caballo– Ellos no caminan en la noche.
Los tres pararon sus caballos, buscaron una cueva donde refugiarse y allí aguardaron.
****
Al otro día, cuando ya todos estaban descansados, siguieron su camino.
Siveltheir agarró nuevamente su espada y se la cargó. Altrof estaba mejor, el sol le había afectado.
La mañana no era fría ni calurosa, así que avanzaron rápidamente.
– Más allá encontraremos el rio que viene desde Bilân, Abizändil. –decía el padre elfo viendo su pergamino, mientras el corcel blanco lo llevaba a paso lento– Allí reposaremos un momento, y luego continuaremos para comenzar a ascender. La Nadthar de la sabiduría está bajo Bilân, no hay de que preocuparse, el Thatgeir me dio la ruta completa.

El itinerario se siguió al pie de la letra. Llegaron hasta Abizändil a salvo. El sol brillaba fuertemente en ese instante.
Llenaron sus botellas con agua y descansaron al pie del río.
Partieron nuevamente siendo entre las tres y las cuatro de la tarde.
–Seguiremos río arriba, –explicó Faratheir– directamente llegaremos a Bilân. Para prevenirnos de subir por las montañas más altas seguiremos por el desfiladero.
Así lo hicieron. Cabalgaron por el desfiladero hacia la montaña, este los llevaba directamente a ella.
El camino pasaba por algunas lomas bajas. Franqueaban sobre piedras y matorrales altos. Altrof estaba fatigado, su costumbre a cabalgar por los valles le impedían moverse rápidamente por montañas.
Pasadas dos o tres horas, el sol estaba bajando, pero el camino estaba terminando. Ya podían ver el pico y la larga falda de Bilân.
–Allí, -dijo Hälen señalando hacia la montaña– está la entrada a las minas. Desde aquí los ejércitos enanos no nos dejarán pasar.
Minutos después un par de enanos se acercaban a ellos. La compañía oía los murmullos de rabia que daban.
–Un par de elfos y un hada. –decía uno. Estaba cargado con una larga hacha, una ballesta a sus espaldas, una pesada armadura y mithril en los hombros (y tal vez en el pecho).– ¿Qué hacen por aquí… esto es propiedad enana… no pueden venir sin autorización. –el enano estaba empuñando fuertemente el arma, listo a atacar.
Siveltheir bajó de Altrof, y se acercó al enano.
–Mi lord. –comenzó solemnemente– Soy Siveltheir, llamado también El Elegido. Venimos con un solo propósito, y no pretendemos perjudicar en sus oficios. No queremos blandir espadas y atacar contra ustedes, porque por mayoría ustedes serían vencedores… no sería justo.
Los enanos se miraban…
–¿Y entonces, cual es su propósito?
–Son cosas que solo nosotros podemos conocer. –respondió el elfo– Nuestro objetivo está en las minas. Solo entramos, lo obtenemos y salimos. No queremos problemas.
–Es difícil confiar en un elfo.
–Pero es posible confiar en el gobernador de esta tierra. –dijo Hälen, que había estado callada en toda la conversación– Siveltheir ocupará el puesto del Thatgeir… a quien deben su respeto señores enanos.
–Me presento. –dijo uno extendiendo su mano– Soy Arbazdûl, soldado de las minas. Aunque quisiera no puedo dejarlos pasar, sin la orden de nuestro general.
Siveltheir estrechó la mano de Arbazdûl.
–Yo soy Uzhâgal. –dijo el otro, sin extender la mano– Y la verdad, no quiero pegar en esto. Hasta luego.
Uzhâgal volvió a su puesto, lejos de donde estaban.
–Bien. –continuó Arbazdûl, sin darle la menor atención a Uzhâgal– Síganme… iremos donde el general.
El general del ejército de Anârg, de nombre Nûruk, residía en las minas de la montaña de atrás.
Era tarde, y estaba muy oscuro. Arbazdûl no pensaba parar a acampar.
–Tranquilos. –dijo en un momento, al ver la cara de preocupación de todos por los animales nocturnos– Este lugar está protegido. Tenemos a toda la guardia enana celando Anârg. Solo confíen en mí.

Viajaron durante varias horas, que se pasaron muy lento. El paisaje solo eran altas montañas rocosas. Nada más se veía en esa posición.
El viento era frio, y el primer brillo del alba lo pudieron percibir con dificultad.
Los ojos de Siveltheir estaban caídos e hinchados. A pesar de ser un elfo valiente, debía descansar.
Al fin, Arbazdûl paró a la entrada de una cueva.
–Aquí es. –dijo dando un suspiro– Nûruk se encuentra en su trono, en la segunda planta de estas minas. Casi nunca sale de aquí, si no es para asuntos de guerra. ¡Vamos!
Dejaron a los animales afuera, según el enano, estaría a salvo. Entraron a la cueva y no había ni una luz. Rápidamente la espada de Siveltheir alumbró flameante en su vaina. Lo más curioso es que nada se quemaba. El enano quedó impresionado.
El suelo era de mármol muy bien pulido. El techo se sostenía por gruesos y altos pilares decorados con unas extrañas runas.
El grupo avanzó por un largo pasillo, hasta llegar a una larga escalera. Por allí subieron hasta la segunda planta. Esta, no era muy diferente a la anterior. Solamente que en este habían unas antorchas en la pared, a lo largo de todo el pasillo.
Al fondo había un arco alto en donde se escuchaban voces. Por allí pasaron.
Encontraron a un enano más gordo y barbudo que los anteriores. Tenía la cabeza sumergida en un gran estanque de losa. En la habitación se escuchaban voces en el aire que provenían de ese estanque.
–Mi señor. –dijo al fin Arbazdûl– Vengo a pedirle el permiso de que deje pasar a este grupo a las minas de Bilân. Son sirvientes del Thatgeir…
–Pero uno de nosotros –interrumpió Hälen– Tendrá el mismo poder que mi amo.
El general sacó su cara del estanque de losa, y las voces cesaron. Miró a Siveltheir en seguida.
–Así que ustedes son los sirvientes de Alazdam. –dijo Nûruk entre risitas– Al fin los tengo.
En seguida, una risa malvada se escuchó en todo el salón. Faratheir se adelantó y sacó su espada e intentó alejar a su hijo. Pero este ya tenía la flameante espada fuera de su vaina, y estaba listo a atacar.
Hälen rápidamente supo lo que pasaba.
– ¡Es Ganford! –gritó, y las caras de los elfos se llenaron de pánico.
La risa malvada nuevamente se escuchó y el cuerpo del enano se hizo más grande.
–El hada es ágil. Exactamente… soy Ganford. –dijo el enano y nuevamente rio– Y ustedes están atrapados.
De pronto, los tres jinetes negros aparecieron desde la escalera. Siveltheir y Faratheir se miraban. A Hälen no se le veía preocupación. Y Arbazdûl no tenía palabras.–Pero que diablos ha pasado. –dijo entonces Siveltheir, volteándose para ver al hada.

viernes, 6 de junio de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Camino a Anârg (Cap. VII)

Pues hace tiempo no escribía; he perdido mi rutina por lo del fin de año lectivo y eso (muchos trabajos, y estudiar para examenes).
Creo que los capitulos me están saliendo más largos ahora, a diferencia de Robo en Oirad. Espero seguir mejorando...
Gracias por leer...y espero que les guste este capitulo.
No olviden el comentario ;).

Camino a Anârg - Cap. VII

Al llegar, un par de guardias estaban parados en la gran puerta. Los sacerdotes se bajaron, y le pidieron el cuerpo de Faratheir al joven elfo.
Los dos hombres subieron rápidamente. Luego, el estruendo de una puerta se oyó en las plantas altas.
– ¿Qué harán con él? –le preguntó Siveltheir a Hälen, quien se estaba convirtiendo en mujer.
–Lo pondrán a descansar. –respondió el hada– No te preocupes. Por ahora, vamos donde el Thatgeir, tenemos que preguntarle por nuestro próximo objetivo.
Siveltheir se bajó de Altrof, y agarró al corcel de su padre.
–Guardias… –gritó Hälen a los hombres.
– ¿Qué quiere milady? –respondió uno de los guardias con una voz de autómata.
–Llamen a los cuidadores de caballos. Quiero que traten a estos dos corceles, como a uno de nosotros.
El guardia se fue en seguida, y desapareció entre la oscuridad.
Hälen se adelantó. Entró por la puerta y llamó a Siveltheir.
–Pero, ¿Qué harán los caballos? –preguntó Siveltheir acariciando a el blanco corcel.
–Ya vienen los cuidadores…
Siveltheir siguió a Hälen. Mientras caminaba hacia la puerta, miró sobre el hombro y se despidió de Altrof.
Dentro el joven elfo recordó su primera vez allí: Cuadros con marcos de oro, cabezas y estatuas de animales y en el centro la escalera en caracol con barandillas de oro.
Nuevamente, como la primera vez, subieron las gradas. Al final, el largo pasillo estaba ante ellos.
Siveltheir ya sabía el camino, y se adelantó de Hälen. Fue hasta la puerta adornada del extremo. Dio un par de golpes y como por arte de magia, estas se abrieron.
–Entra. –le dijo Hälen al elfo.
Con miedo, Siveltheir avanzó. Y allí estaba sentado en una de las sillas de plata, el Gran Thatgeir.
El hada y el elfo se inclinaron.
–Levántate, Siveltheir. –dijo el Thatgeir.
El elfo no sabía que hacer…si pararse o quedarse allí.
–Hazlo! –le susurró Hälen.
Siveltheir se paró.
– ¿Por qué señor?
–Ahora tú reinarás…
Hälen se quedó atónita, y Siveltheir aun más.
– ¿Qué dice mi señor? –preguntó Hälen al ver que Siveltheir estaba pálido, y con la boca cerrada.
–Mi enfermedad cada vez avanza. –les explicó Thatgeir– La profecía me obliga a nombrar a un rey, y claro, es El Elegido. Pero, tu reinado no será vigente hasta que tengas la Nadthar de la sabiduría, tu siguiente objetivo.
–Mi señor. –dijo el hada– Por favor, denos las instrucciones para llegar hasta la reliquia.
–…Espera! –replicó el Thatgeir– ¿Dónde está Lord Faratheir?
–Él… fue atacado… –dijo Siveltheir quebrándosele la voz– Ahora está descansando en un cuarto, dos sacerdotes lo auxiliaron.
–Bien. –prosiguió el Thatgeir– Lord Faratheir, tu padre, tiene las indicaciones de la siguiente reliquia. Ésta, se encuentra en las montañas de los Enanos. La reliquia está guardada en una mina, pero no les será fácil pasar. La guardia enana tiene custodiada muy bien esa zona. Para poder pasar, necesitarás el valor que te fue dado.
Hälen se levantó y Siveltheir al fin dijo algo:
–Lo haré señor. –intentó inclinar la cabeza, pero antes de que lo hiciera el hada se la detuvo, y le negó con la cabeza.
–Andando. –dijo el Thatgeir levantándose de su silla– Hay que ver, como Lord Faratheir sigue.
La imponente figura del Thatgeir se dirigió hasta la adornada puerta, y pidió a la pareja que lo siguiera.
Caminaron por el largo pasillo, y pararon en una de las entradas. En la puerta estaba tallada la imagen de un hombre, parecido a los sacerdotes que habían visto unas horas antes.
El Thatgeir abrió la puerta. Siveltheir en seguida intentó ver que había dentro.
Los sacerdotes se encontraban sentado en unas sillas al lado de una gran cama, donde Faratheir dormía.
–Ya está mejor. –se adelantó a decir uno de los hombres– Su herida a sanado.
Siveltheir se acercó a la cama, vio a su padre y la esperanza le regresó. Se quedó allí varios minutos, recordando su pasado con su padre: Dos pobres elfos en busca de aventuras. Faratheir fue un guerrero real, pero se alejó de esto cuando conoció a una mujer, que más tarde lo dejaría abandonado con un pequeño hijo. Siveltheir, creció como un niño cualquiera. Pero según sus amigos, él era anormal. Estuvo solo cuando quería jugar, su pasatiempo era tallar armas de madera.
–Hälen. –susurró el Thatgeir– Llévalo a su aposento. Este será su hogar desde ahora.
****
Los jinetes fueron al lago, pero el rastro de la criatura Urbhum se había borrado. En seguida fueron hasta el templo, y vieron las ruinas que ahora se encontraban en el lugar.
–Pero que demonios!
Uno de los jinetes se acercó hasta una torre tirada. El cuerpo sin vida de la criatura Urbhum estaba allí, envuelta en sangre. Sus ojos no estaban en su lugar, los gusanos estaban dentro carcomiendo cada tripa de la criatura.
–Arg’zhul! –llamó un jinete, al que estaba contemplando a Urbhum– Recógelo, debemos llevárselo a Ganford.
Arg’zhul siguió las ordenes de su compañero; Darg’xux. Los tres partieron nuevamente para el encuentro con su amo.
****
–Chico. –llamó Hälen a El Elegido– Sígueme, los sacerdotes cuidarán de tu padre.
Siveltheir dio una mirada a los hombres de túnicas y luego vio a su padre. Fue hacia el hada resignado.
De nuevo caminaron por el pasillo largo, pero esta vez pararon al otro extremo de la puerta de El Thatgeir.
Hälen, en su forma humana, hizo un conjuro, y en seguida el techo del lugar se abrió, y desde allí una nueva escalera en forma de caracol, apareció.
El hada subió unos escalones. Miró a Siveltheir, quien estaba parado, miedoso de subir.
–Vamos! ¿A qué le temes?
–No se. Creo que no estoy acostumbrado a este tipo de cosas.
–Sube! No seas tonto.
Siveltheir atendió a la orden de la mujer.
Subieron varios escalones hasta llegar a un nuevo pasillo, esta vez no tan largo. Caminaron hasta llegar a una puerta parecida a la de Thatgeir.
–Sigue. –le dijo Hälen al muchacho, abriéndole la puerta para que entrase.
Siveltheir pasó por la entrada, y luego Hälen lo siguió.
–He aquí tu aposento.
El joven elfo observó el hermoso cuarto de arriba a abajo.
La habitación era bastante grande. El techo era de forma oval, con una hermosa pintura de una batalla donde los elfos vencían. Las paredes eran un hermoso escarlata, y el piso estaba cubierto con una alfombra del mismo color.
En el centro, estaba una estatua de mármol, con la forma de ángel, con una espada en su mano.
–Este fue un hombre. –dijo Hälen, al ver que Siveltheir estaba contemplando la figura– Su nombre era Ayassûr. Fue el quien libró a Alazdam del ataque de los drows, quienes atacaron para dar su venganza contra nosotros. Tras vencer, fue convertido en ángel, y su estatua fue hecha para siempre recordarlo.
El joven elfo recorrió toda la habitación, fue hasta la cama que era muy parecida a la de El gran Thatgeir. Luego, fue hasta un armario de madera.
–Ábrelo. –le sugirió Hälen.
Dentro unas hermosas armas estaban acomodadas.
–Son ahora tuyas. –Siveltheir vio cada una de las espadas, arcos y cuchillos que allí se encontraban. Pudo ver la espada que había obtenido en el templo. La sacó del armario, se alejó y practicó un par de estocadas y la puso sobre su nueva cama.
– ¿Qué haces? –preguntó Hälen.
– ¿Cuando saldremos?
–No lo se. –respondió el hada– En cuento tu padre esté bien, tal vez el Thatgeir nos dé la orden.
–Quiero irme ya!
Siveltheir salió rápidamente de la habitación. Lo último que escuchó Hälen fueron los pasos del elfo bajando las escaleras.

Llegó corriendo hasta el aposento de los sacerdotes.
– ¿Cómo está mi padre? –preguntó agitado.
–Estoy bien hijo mío. –respondió el noble hombre. Faratheir se estaba poniendo su cinturón.
– ¿Qué haces? –preguntó su hijo.
–Partiremos ya.
El padre envainó su espada, cargó un par de cuchillos y una cantimplora. Luego agarró un bolso, que cargó a sus espaldas. Se quitó la camisa, se armó con una pechera de mithril y luego se volvió a vestir.
–Ve, y agarra lo que vas a llevar. –dijo tras terminar de cargarse– Dile a Hälen que El Gran Thatgeir espera en sus aposentos.
Siveltheir abrazó a su padre, y luego salió a correr.

Hälen estaba bajando las escalas.
–El Thatgeir espera. –dijo, nuevamente fatigado– Ve a su habitación, yo ya voy.
Siveltheir volvió a su cuarto. Fue hasta el armario y de él sacó un par de cuchillos, un cinturón de cuero con hebilla de plata, un nuevo jubón de un cuero muy resistente y una nueva espada.
En unos segundos ya estaba armado. Al final, envainó las dos espadas y salió a correr.
****
Llegaron hasta la residencia de Ganford en unas pocas horas.
–He aquí a la criatura Urbhum. –dijo Hargz, el otro jinete. Hargz puso el cuerpo destruido del monstruo sobre una mesa de piedra, en seguida un par de moscas llegaron y se posaron en algunas llagas que Urbhum tenía.
Ganford negó con la cabeza, mientras miraba a la criatura, e hizo una mueca de asco.
–Bótenlo. –ordenó– No quiero volverlo a ver. No me sirvió de nada haberlo revivido.
Darg’xux cargó con el cadáver, y al cabo de unos instantes regresó.
–No podemos perder más tiempo. –dijo Ganford mirando por la ventana de su aposento– ¿Los cuerpos de los servidores de Thatgeir no estaban?
–No señor. –se adelantó a responder Arg’zhul.
–Bien. –prosiguió Ganford, volteándose para verlos– Eso significa que han obtenido la reliquia. Su siguiente objetivo serán las montañas de los enanos. Quiero que vallan, en algunos días enviaré más jinetes a contribuir. Pero quiero, que no les pierdan el rastro a esos… largo!
Los jinetes agarraron sus caballos y partieron enseguida.
****
–Hälen, Faratheir y Siveltheir. –comenzó el Gran Thatgeir con su potente voz, mirando a cada uno de los integrantes de la compañía– Cuanto antes deberán partir a las montañas del occidente; Anârg.
”Los enanos protegen a Anârg como a un dios. Solo tú sabrás que hacer, Siveltheir. Burlen a los enanos, pero la fuerza no les será útil. Cuando logren entrar en las minas pasarán por diferentes pruebas, y si salen victoriosos la Nadthar de la sabiduría será tuya.
Faratheir, estás a cargo de tu hijo y de esta honorable hada. Guíalos hasta la Nadthar; solo tú, yo y los sacerdotes de Alazdam sabemos donde está.

Faratheir se inclinó ante el Thatgeir, y luego ante su hijo. Siveltheir quedó sin palabras durante un largo rato.
Luego, todos estaban listos para partir. La compañía salió junto a los sacerdotes y el Thatgeir, hasta la puerta principal donde fueron despedidos con una bendición.
–Vayan en paz. –anunció el Thatgeir– No se dejen encontrar por el enemigo.
Siveltheir y Faratheir agarraron sus caballos. Altrof tenía un porte mejorado, y el corcel blanco seguía tan radiante como siempre.
Hälen estuvo, en su forma de hada, sobre el hombro de Siveltheir.
****
Los jinetes habían recorrido gran tramo en pocas horas. La residencia de Ganford no estaba alejada de Anârg, muy pronto llegarían. El único problema es que la cadena montañosa es bastante extensa, y se dificultaría su misión.
****

lunes, 12 de mayo de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - De Vuelta en Alazdam (Cap. VI)

Bien, creo que pude cumplir mi prometido. Escribir al menos, 5 minutos diarios ^^. En este capitulo hay bastantes problemas, espero que lean y que les guste.
Saludos.

De Vuelta en Alazdam - Cap. VI

****
Faratheir miró hacia atrás, y vio caer el templo.
–En verdad, si había magia negra.
–Pero quien…¿Quién pudo hacernos esto? –preguntó Siveltheir– Urbhum murió, y Ganford perdió nuestro rastro.
Hälen se fue volando hasta el lago, y luego regresó.
–Urbhum no está. Sin duda fue él.
–Pero, y si ha escapado. –Dijo Faratheir– Algo lo hizo vivir.
–Ganford! –dijo Hälen.
–Maldito…por qué añora tanto esas reliquias!! –cuestionó Siveltheir.
–Con tal de hacernos sus servidores, a nosotros y a todas las criaturas, el iría hasta el fin del mundo. –dijo Faratheir.
–Pues que vaya. Porque a nosotros no nos las robará. –gruño Siveltheir.
–Bien. Y ya que tenemos nuestro primer objetivo. Es hora de regresar donde el Gran Thatgeir. –dijo el hada.
–Vamos. –Faratheir cargó sus cosas y acomodó la silla de su caballo. Luego pidió a Siveltheir que se montará, y a Hälen que tomara su forma de hada. Así ahorrarían mucho tiempo.
Partieron sin problemas.
****
Urbhum se sentía muy mal. Solo llegó hasta la primera sala, con el dragón en el centro, y no pudo avanzar más; el templo cayó sobre él.
–Y ahora…que…–se preguntó, intentándose liberar de la gran torre que había caído sobre él.
De nuevo, comenzó a cerrar sus ojos, y su vida…acabó.
****
El regreso se hizo bastante largo. Cruzaron todo el bosque en casi 3 días, sin rastro alguno de los Jinetes Negros. Esta vez no tuvieron que cruzar las oscuras cuevas, en cambio pasaron sobre ellas. Seguido a esto, llegaron hasta el valle de Adilian.
–Aquí. –recordó Siveltheir– Encontramos a Altrof, el caballo parlante que nos delató.
–Si, supe de eso. –dijo su padre.
En seguida, la figura de un pobre caballo apareció ante ellos. Era oscuro, y se veía mal cuidado. Tenía sangre por todos lados y cojeaba.
El caballo se acercó al grupo.
–Mi señor. –dijo– Soy Altrof, el caballo que los transportó.
Siveltheir bajó del corcel y en seguida sacó su espada.
–Maldito caballo! –gritó– Tú nos delataste con Ganford.
–Señor mío. –dijo el pobre caballo sin aliento– Discúlpeme. Esos malditos jinetes me sacaron la información. Mire como me dejaron. Luego, volvieron y dijeron que yo les había mentido, y me golpearon aún más. Tenían látigos, y usted no sabe como duele eso.
Siveltheir miró a su padre, y luego a Hälen.
–¿Será verdad lo que nos dice? –preguntó el elfo.
–Yo se que un caballo parlante nunca mentiría. –replicó Faratheir– Su sangre es del mejor linaje, y tienen una descendencia real. Un caballo así no podría decir mentiras.
–Es verdad lo que dice este noble caballero. –Dijo Altrof– Ayúdenme… cúrenme… los llevaré a donde quieran…pero… ayúdenme.
El caballo se puso sobre sus rodillas y bajó la cabeza.
–Padre… Ayúdalo.
Faratheir sacó de su mochila un manojo de Athelas. Luego comenzó a tapar las heridas que rodeaban al pobre Altrof.
Minutos después, el caballo se paró de nuevo.
–Toma. –le dijo Faratheir– Come esto, te repondrás. –le pasó una manzana dorada. En seguida, el caballo volvió a su estado normal.
–Nuevamente. Estoy dispuesto a ayudarles. –Dijo el caballo inclinando su cabeza– Mi señor Siveltheir, soy suyo… lléveme hasta donde usted apetezca.
Siveltheir se montó sobre Altrof, y de nuevo la compañía se movió.
****
–Mi señor. –dijo uno de los Jinetes Negros– La criatura Urbhum ha visto a El Elegido, y al hada. Dice que uno más iba con ellos.
– ¿Que hizo la criatura?
–Fue tras ellos. Pero no sabemos más.
–Quiero que regresen a donde lo dejaron. Infórmenme que hizo.
Los jinetes de nuevo golpearon sus caballos y fueron nuevamente al lago.
****
Cabalgaron durante horas por todo Adilian, y al fin el hermoso valle estaba terminando.
Llegaron de nuevo a un terreno de piedras y árboles, donde Hälen y Siveltheir habían tenido que escapar de Wargos.
–Aquí termina Adilian. –susurró Altrof al grupo. Se veía triste, no le gustaba dejar su tierra.
–Si no quieres seguir, -le dijo Siveltheir, acariciándole el costado– quédate.
– ¡No! –dijo con firmeza el caballo– Seguiré con vosotros, sin importar lo que me duela dejar Adilian.

Aminoraron el paso. La torre de Alazdam ya se divisaba desde su posición. Altrof se veía muy excitado, nunca había ido hasta Alazdam; esta sería su primera visita.
El sol comenzaba a descender y la luna se podía ver en lo alto. Venteaba muy fuerte y era un viento helado.
–Creo que debemos acampar. –dijo Hälen mientras tomaba su forma humana y se encojía.
–Como dices eso. –reaccionó Faratheir– Tenemos a Alazdam en nuestras narices y aun así ¿Dices que acampemos?
Siveltheir escuchaba la discusión, y no sabía que decir. Si se quedaban dormirían mal y tal vez estuvieran expuestos. Si seguían, aun así quedarían expuestos, pero llegarían cuanto antes a la torre.
–Bien. –dijo al fin Hälen– Que decida El Elegido.
Al elfo le latió el corazón muy rápido. Era muy difícil tomar una decisión.
–Sigamos. –Contestó luego de pensarlo un momento.
Hälen se resignó de su comentario, y con mala gana continuó.
–Debemos acelerar el paso. –apuntó Faratheir– Nunca llegaremos a este.
–Pero… -dijo Hälen, pero prefirió quedarse callada.
Faratheir golpeó a su caballo, y el joven elfo lo hizo también. El hada tomó su forma natural y comenzó a volar. El viento le empujaba las alas y no podía volar con facilidad.
Ya se acercaban al fin, y entonces un grupo de mercenarios apareció frente a ellos. Los caballos frenaron y se levantaron.
–¿Qué queréis bellacos? –preguntó en seguida Faratheir, bajándose de su caballo y empuñando su espada.
Siveltheir también preparó su nueva espada, la que había abierto la puerta del templo.
En seguida, uno de los mercenarios se bajó de su caballo, que era café, y se acercó hasta Faratheir.
–No te atrevas a desafiarnos. –Dijo el hombre. Estaba armado con una ballesta que cargaba en su pecho y con una gran lanza que llevaba atrás– Baja esa espada y arreglaremos esto sin tener que matarlos– El hombre alzó su mano y una luz azul se disparó de ella.
Faratheir bajó la espada.
–¿Qué es lo que quieren? –preguntó.
–Entrega los caballos. –respondió el mercenario.
–Y la espada del chico. –añadió otro.
En total eran 4 mercenarios. Dos cargaban arcos y espadas, y los otros la ballesta y la lanza.
Siveltheir parecía enojado. Alzó la espada, pero el mercenario que estaba adelante en seguida lo detuvo.
–No te atrevas, pequeño.
Siveltheir no hizo caso a la advertencia, y entonces descargó toda su furia sobre el hombre, que calló redondo al suelo.
El joven elfo no lo podía creer, había matado a un hombre.
En seguida se escuchó el lanzamiento de una flecha. Siveltheir volteó y vio a su padre, con una jara envuelta en hilo rojo, clavada en su pecho.
El corcel blanco se abalanzó sobre el otro mercenario con ballesta, Siveltheir fue contra uno armado con arco y Hälen, con su forma humana, fue hacia el último.
Altrof estaba asustado, una batalla así nunca la había presenciado. Estaba tras un árbol, buscando no ser alcanzado por una flecha.
Siveltheir terminó con su hombre, y fue contra el que el corcel estaba batallando, quien también calló.
El corcel blanco se dirigió hasta su amo. Siveltheir lo siguió.
Hälen ya había terminado con su hombre, y en seguida corrió hasta Faratheir.
–Padre! –gritó Siveltheir, viendo a su padre intentando sacarse la flecha que lo atravesaba.
–Altrof. –dijo Hälen al noble caballo– Corre hasta la torre. Diles a los guardias que necesitas ayuda, con Lord Faratheir, quien yace aquí.
Altrof siguió las órdenes al pie de la letra.
Los gritos de dolor del elfo eran horribles sollozos que Siveltheir sentía en su corazón.
El joven elfo no sabía que hacer. Solo lloraba, de rodillas en el suelo.
–Hälen. Haz algo.
–No puedo Sivel.
De pronto de entre algunos árboles, apareció Altrof. Sobre él dos hombres vestidos con túnicas blancas con adornos dorados en las mangas, cabalgaban. En sus manos tenían una vara luminosa, que los guió por la oscuridad.
Los sacerdotes bajaron rápidamente al ver al jinete gimiendo.
Uno de los sacerdotes, de nombre Gar’sh, se puso al lado de la cabeza de Faratheir. Cerró los ojos y comenzó a pronunciar unas palabras.
El otro, de nombre Q’uas, posó su mano sobre la herida donde la flecha se encontraba. En seguida, comenzó a sacar cuidadosamente la barra.
Siveltheir miraba. La esperanza regresaba.

La flecha al fin había sido extraída. Pero Faratheir tenía sus ojos cerrados, y los latidos de su corazón eran muy lentos.
Gar’sh seguía rezando sus palabras, mientras Q’uas sanaba la herida en el pecho.
–Sobrevivirá. –Dijo Q’uas mientras se paraba– Llévenlo hasta la torre, allí podrá descansar.
Gar’sh se levantó también.
–Volvamos todos a la torre.
Los sacerdotes se montaron nuevamente sobre Altrof, Siveltheir montó a su padre sobre el corcel y él cabalgó. Mientras, Hälen tomó su forma de hada y la compañía comenzó a andar directo a la torre de Alazdam.

lunes, 5 de mayo de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - En el Templo de Ôlfin (Cap. V)

Bien, ya he vuelto. Hace tiempo no escribia, y me puse una meta de escribir al menos 5 minutos diarios ^^. Espero cumplirlo. Entre el sabado y hoy escribií este capitulo. Espero que les guste.
Saludos.

En el Templo de Ôlfin - Cap. V

Dentro, el camino descendía bruscamente. Cada paso los llevaba más bajo tierra. El grupo andaba por un largo pasillo, que parecía no tener fin. Faratheir iba sobre su caballo, y Siveltheir y Hälen iban a pie.
Luego de un largo trecho, Hälen pudo distinguir una luz al fondo del pasillo. Se apresuraron a llegar, y vieron que era un salón alto. Estaba lleno de enredaderas, y grietas en el techo por donde se filtraba la luz del sol. En el centro del aposento, había una alta torre de madera, que se asemejaba a un tótem. En la punta, estaba tallada la sorprendente imagen de un dragón.
El salón estaba rodeado por antorchas, lo cual dejó descubierta una puerta al otro extremo de donde se encontraba la compañía.
Faratheir cabalgó hasta la puerta, pero se dio cuenta que no se podía abrir.
–No tiene candado. –dijo, examinando la puerta– ni se encuentra sellada con nada.
–Entonces. –preguntó su hijo– ¿Qué haremos para abrirla?
–Este templo esconde muchos secretos. –murmuró Hälen, observando su alrededor.
Faratheir fue hasta la torre en forma de tótem. Tocó por todo lado, pero nada que la puerta abría.
En seguida, Hälen tomó su forma de hada, subió hasta la cima del tótem, y tocó la cabeza del dragón. De pronto, un aire helado pasó por la sala y apagó las antorchas. Pero luego, una luz más intensa alumbró la habitación. Hälen bajó de nuevo, y tomó su forma humana.
La escena estuvo así por varios minutos, en los que el grupo intentó descifrar el uso de esa luz. Luego, una hermosa espada encandecida bajó hasta Siveltheir.
El elfo, asustado, se acercó al arma.
–Tómala. –Dijo Faratheir– Estará fría.
Siveltheir la tomó y efectivamente, estaba fría. El elfo la alzó y una ráfaga de energía cubrió el arma. Luego, la bajó lentamente y la ráfaga comenzó a desaparecer.
–La puerta! –Siveltheir se acercó, y alzó la espada– La abriré.
Luego, con fuerza hizo una estocada al portón. En seguida, esta desapareció, y la entrada quedó libre.
****
Urbhum se agarró del borde del lago, y comenzó a salir. Luego, se puso boca abajo y tosió. Sintió la flecha en su cuerpo y la quitó. Un chorro de sangre se regó.
–Malditos sean los elfos! –murmuró. La criatura no tenía fuerzas, su vista se volvió blanca, y comenzó a cerrar los ojos. Pero entonces, pudo vislumbrar un destello fuerte de luz negra que le cerró los ojos por completo.
****
El grupo entró. Siveltheir tenía el arma en sus manos, le pesaba mucho.
–Vamos, ponla aquí. –Faratheir le mostró una vaina que estaba amarrada a la silla de su corcel.
Caminaron otras varias horas, cada vez bajando más. La luz del sol se filtraba por las grietas en el techo, y el aire de humedad cada vez se sentía más.
De nuevo, caminaban por un pasillo; largo y estrecho.
Faratheir llevaba al caballo de la cuerda, el pasillo no era alto.
****
–Llévenlo. –Urbhum sintió que lo llevaban cargado. Estaba confundido, quería ver que pasaba. Pero sus ojos no se podían abrir, una fuerza extraña se los detenía.
–Déjenme. –Dijo la criatura con una voz muy débil– ¿Qué rayos me hacen?
Luego, calló. Sintió como si su cuerpo no estuviera. Pero luego, lo sintió, y la fuerza regresó a él.
–Ya está. –Dijo la voz de un hombre– Abre los ojos, criatura Urbhum.
Urbhum atendió al mandato. Vio a 3 hombres vestidos de negro, con caballos del mismo color a su lado.
–¿Quienes son? –la criatura se paró, y miró a los extraños recién llegados– ¿Qué me han hecho?
–Jinetes negros. –Respondió uno– Servimos a Ganford. Nuestro señor cree que usted está implicado con nuestro objetivo.
–¿Quién es su objetivo?
–Un elfo y un hada. –Respondió el jinete– Han vagado por toda la tierra, y cada vez nos burlan. ¿Acaso los ha visto?
–Que gusto verlos. Alguien más en contra de esos elfos.
–Solo era uno… y un hada.
–Pero otro más iba con ellos. Me disparó mientras estaba distraído.
Los Jinetes Negros se miraron.
–Hay que informar a Ganford. –Dijo en seguida uno de ellos.
–Andando.
Los tres se montaron en sus caballos.
–Criatura Urbhum, ¿sabes a donde han ido?
–Al Templo de Ôlfin, estoy seguro.
–Ve a por ellos. Es una orden.
Golpearon a sus caballos, y las siluetas negras en seguida desaparecieron.

Urbhum se dirigió al templo. Sus fuerzas estaban más potenciadas, y podría caminar por cuatro días sin descansar, si así lo quería.
En unos cuentos minutos, allí estaba, a las puertas del gran templo. Localizó las runas, y las examinó.
–Malditas runas élficas. –murmuró.
Intentó leer la inscripción, pero no lo lograba. Pero entonces, se concentró. Cerró los ojos, y una luz gris lo cubrió. De nuevo vio la inscripción.
Fyothell d äshtas, on yiantel dêral… freäthor gall, t fyall graêndar.
La criatura pasó su mano por las runas, y nuevamente una luz azul bajó del cielo y destruyó la puerta. Urbhum entró, contento de su hazaña.
****
Boom! Se escuchó un eco.
Faratheir miró hacia atrás, pero no vio nada.
– ¿Qué diablos habrá sido? –se preguntó.
–Hay que acelerar el paso. –Dijo Hälen– Alguien más entró al templo.
–Pero, –dijo Siveltheir– ¿No dijiste que muy pocos saben descifrar runas?
–La magia negra puede hacer cualquier cosa.

Faratheir localizó al fin su posición en el mapa; no estaban lejos de la reliquia.
–Ahora, entraremos en otra sala parecida a la anterior. Con esta espada, –señaló la envainada arma– cualquier puerta se abrirá.
****
Urbhum caminó muy rápido por el pasillo. Luego de varios minutos localizó una entrada. Corrió hacia ella y llegó a un gran salón.
Miró la hermosa figura de un dragón tallado en una torre. Escaló hasta él, y allí pudo ver una serie de inscripciones grabadas.
– Más runas… –se dijo.
Leyó…y sonrió.
****
–He aquí, el salón principal del templo. –dijo a su compañía.
En la sala había hermosos asientos envueltos en enredaderas, organizados alrededor. En el centro había un altar agrietado. Y el techo tenía hermosas pinturas de guerreros elficos.
–En este salón se hacían los consejos de los elfos. –explicó el hada– Era hermoso, antes de que el templo se abandonara.
Todos se separaron para buscar entradas, o puertas selladas. Pero ninguno encontró nada.
Hälen fue hasta el altar, vio en el piso, y allí había inscripciones.
–Tal vez podamos abrir alguna puerta. –dijo– Déjenme descifro esto.
Tardó algunos minutos, y luego anunció.
faxk’amin j d’uermk alumg’ir geathir, j huk’er u Ôlfin vaom’her hakhemda. “Con la espada de fuego alumbra el salón, la entrada al secreto de Ôlfin hallarás.”
Faratheir desenvainó el arma y se la entregó a su hijo. Siveltheir la alzó y la ráfaga de energía tomó la espada. El elfo comenzó a caminar por todas las paredes, y al fin, halló una entrada.
–Es por aquí! –gritó– Esta es la entrada al secreto!
Todos corrieron a la entrada, y rápidamente avanzaron. Otro pasillo apareció ante ellos, pero esta vez más corto.
Luego de una caminata, llegaron a otra entrada. Estaba adornada con piedras preciosas y con detalles tallados en oro y plata; un árbol, estrellas y un par de espadas.
–Hay que entrar. –dijo Hälen.
La puerta no se abría con facilidad; otra secreto que guardaba el templo.
– ¿Acaso hay más runas? –preguntó Siveltheir.
Hälen buscó pero no encontró nada. Siveltheir se acercó y de pronto su espada se convirtió en una hermosa llave a de oro.
–Oh! Sabios elfos. –murmuró Faratheir.
Siveltheir se adelantó hasta la puerta e introdujo la llave. La puerta se abrió hacia arriba, y todos entraron. Examinaron todo, y allí estaba; La Reliquia Nadthar del valor.
****
Mag’f orit’huk fakhimt’tk jualk. Taxbvi Diaron’g. “La magia negra destruirá el templo. Alabad al dragón.”
Urbhum bajó de nuevo. Se concentró y comenzó unos extraños rituales. Se envolvió en enredaderas, y comenzó a bailar alrededor del dragón. Entonces, destellos de luz amarilla comenzaron a rodear a la criatura Urbhum.
Luego, la tierra comenzó a temblar.
****
Siveltheir corrió hasta la hermosa perla. La Nadthar del valor. Se acercó y la examinó. Centelleaba luz verde y brillante. No tenia forma, pero aun así era hermosa.
De repente, un temblor hizo que el grupo se cayera.
–Definitivamente. –dijo Hälen– Alguien está haciendo magia negra.
–Agarra la perla rápido, hijo.
Siveltheir la tomó y un calor rodeó su cuerpo.
–Ahora, te llenarás de valor. –explicó el hada– No serás el mismo, tendrás más fuerzas y más iniciativa para hacer las cosas. Zarkurak De’am. –al decir estas palabras Siveltheir fue levitado por una nube verde, y la reliquia desapareció de sus manos. Luego volvió a tierra, y ya no se veía igual. Era más alto y fornido, además su cara era mucho más bella.
–Me he llenado de valor. Ahora, hay que salir.
****
Urbhum se quitó las enredaderas. Los destellos amarillos lo seguían rodeando. Luego, siguió por una puerta destapada. Al otro extremo de donde había venido. Siguió por un pasillo largo, y corrió hasta la próxima entrada.
Al llegar, corrió hasta el centro de la habitación, recitó unas palabras y otro temblor surgió. Luego, los destellos que rodeaban a la criatura dejaron de alumbrar, en cambio, ascendieron hasta el techo, y desde el suelo una estatua de mármol apareció.
–Ho! Gran Kryniss. –Urbhum se arrodilló ante la estatua. Era la figura de un espíritu drow, invocado por la magia negra de la criatura.
La estatua alzó una larga espada, que alumbraba con un plateado intenso. Luego, Urbhum comenzó a correr hasta la salida.
Kryniss golpeó el suelo, y un estallido hizo que el Templo de Ôlfin cayera.

lunes, 17 de marzo de 2008

LAS RELIQUIAS NADTHAR - Un Nuevo Compañero de Viaje(Cap. IV)

Y aquí esta el capitulo 4. Estoy aprovechando las vacaciones de Semana Santa para escribir un poco, no se les haga raro si por casualidad terminó el capitulo 5 en esta semana.
Bueno, en este capitulo...la cosa se pone interesante :D!!
La imagen... algo tendrá que ver con la historia...leanla y luego me dicen ;)!



Un Nuevo Compañero de Viaje - Cap. IV.

...Era el horrible Urbhum.
–¿Qué les pasa? –Preguntó la criatura– ¿No se alegran de verme? –y rió.
–¿Ahora que quieres? –Preguntó Hälen desconfiada.
–Los seguí hasta aquí, solo para ver cual era su fin. –Respondió Urbhum, acercándose a Siveltheir.
El elfo dio un paso atrás.
–Vamos, ya déjanos. –Dijo.
Al decir esto, una flecha salió entre los árboles y atravesó a la criatura. Hälen y Sivel se escondieron tras una roca empinada, intentando mirar la procedencia de la flecha. Hälen asomó la cabeza por un lado de la roca, y vio a un hermoso jinete, montado en un caballo blanco como la nieve, con una cabellera dorada y bien peinada. El jinete cabalgaba a paso lento, como buscando algo.
Siveltheir salió de la roca.
–¿Quién eres, y que buscas? –Preguntó con carácter.
–¿Siveltheir? –Preguntó el jinete.– ¿Hijo?
Hälen salió de la roca y divisó al hermoso jinete. Era Faratheir.
–¿Padre? –Dijo Siveltheir confundido.– ¿En verdad eres tú?
–Si hijo, es una larga historia. –Respondió el jinete– Por ahora, ven. Acércate y dame un abrazo. –Faratheir se bajó del caballo, descargó su maleta y sus armas, y extendió los brazos.
–¡Padre¡ –Gritó Siveltheir mientras se acercaba corriendo a su padre, con los brazos abiertos.
Hälen observó el escenario con una lágrima dorada en sus ojos. Minutos después interrumpió a la pareja.
–Mi señor, Faratheir. –Dijo inclinándose– ¿Ha sido usted enviado por el Gran Thatgeir?
Faratheir dejó a su hijo, y se dirigió hacia Hälen.
–Ho! Hermosa hada. –Respondió- Como lo dices, vuestro amo me ha enviado. Me ha dado una guía explicita donde los podría encontrar. He cabalgado por casi 4 días, siguiendo sus huellas y los mapas que el Gran Thatgeir me dio.
”Pero en una zona, sus huellas se perdieron. Seguí los mapas con el objetivo de llegar hasta aquí; el Lago Dâl-Gur. Y al fin, los pude encontrar.
El Gran Thatgeir me habló de Urbhum. Una criatura despreciable y traicionera. Me dijo que se podría encontrar en las grietas del bosque, donde muchos trasgos habitaban. Al disparar, no tuve ni la más mínima duda que él era. El Thatgeir me dijo: Urbhum tiene forma de Ushnat, pero su estancia en las tinieblas lo ha deformado cada vez más, quedando más feo. Es jorobado, de un color característico. Sus dedos son feos y su voz, no la podría explicar.
–Te lo agradecemos padre. –Dijo Sivel– Hälen siempre desconfió de Urbhum, pero no pensé que era tan malo.
–Es verdad. –Dijo Hälen– Siempre desconfié de él, pero te hice caso cuando quisiste que nos guiara al final de la grieta, no solo porque lo necesitábamos sino también por apoyarte.
”Durante mis largos años de vida, he oído hablar de la criatura Urbhum. Pero nunca creí que la vería, siempre pensé que eran solo mitos.
Mi nana me contaba las historias de esta criatura, su inicio y de cómo fue a vivir a las tinieblas. Siempre creí que eran solo supercherías.
–Bueno, ya dejemos a un lado a esta criatura. –Dijo Faratheir, empujando al cuerpo sin vida de Urbhum hacia el lago.
–Bueno padre. –Dijo Siveltheir, de nuevo abrazando al jinete. – Ahora, quiero oír tu historia. ¿Qué ha hecho el Gran Thatgeir sobre ti?
Faratheir puso una sonrisa en su cara.
–Ho! El Gran Thatgeir, su poder es infinito. Cuando llegó el mensaje de que tu no volverías, me puse muy triste y fui a ver al Thatgeir.
”Al llegar los guardias no me permitieron hablarle, pero cuando mencioné tu nombre todo cambio. Dijeron algo sobre El Elegido. No supe de que hablaban, hasta que tuve mi charla con el Gran Thatgeir. Me contó la profecía que hablaba sobre ti, y no sabes lo orgulloso que me sentí.
Lloré en frente del Thatgeir cuando me dijo que no regresarías hasta hacer cumplir la profecía. Pero él se apiadó de mí. Dijo: Faratheir, verás a tu hijo de nuevo, si eso es lo que quieres. Irás como Jinete de Alazdam. Y como un buen jinete, serás el más bello y hermoso de todo el reino.
Entonces, lanzó un hechizo sobre mí, y me hizo hermoso. Bajamos hasta las cuadras del establo de Alazdam, donde habitaban los hermosos caballos elficos de los Jinetes de Alazdam. Nos acercamos hasta éste hermoso caballo, y el Thatgeir me lo entregó: Este es Lanwë, el más rápido e inteligente caballo de todos. Ahora será tuyo.
El Gran Thatgeir también me entregó una maleta con provisiones para varios días, un arco, un carcaj lleno, un par de espadas y armaduras. Además me dio vestiduras de lino, con hermosos colores.
Y en seguida, arranqué mi viaje. No quise esperar ni un solo día para llegar a tu encuentro. Y como te dije, seguí sus huellas y los mapas del Thatgeir, y aquí estoy al fin.
–Es grato verte padre. Y estoy feliz de que ahora tengamos a un nuevo compañero. –Dijo Siveltheir sin soltar a su padre.
–Bien. –Dijo Hälen– Ya basta de tanta charla, estamos a solo unos pasos de la primer Reliquia y seguimos aquí parados.

Faratheir volvió a montar su caballo y Hälen y Siveltheir comenzaron a caminar.
–El Gran Thatgeir me dio la posición exacta de la Reliquia. –Dijo Faratheir, sacando de su maleta un pergamino. Lo abrió y se adelantó.
Hälen y Sivel lo siguieron. De nuevo se adentraron al bosque.
Y minutos después, la voz del jinete se escuchó fuertemente.
–Aquí es! Vengan, corran!.
El par corrió al encuentro de Faratheir, quien se encontraba a las puertas de un templo.
–Como lo dijo el Thatgeir; El Templo de Ôlfin.
”Aquí reside la primer Reliquia, la Nadthar del Valor. El Thatgeir me dijo, que ustedes sabían que la Reliquia estaba custodiada por Conjuros Elficos. Estos conjuros son runas que han sido grabadas a las puertas de Ôlfin. Si hacemos lo que las runas nos dicen, abriremos el templo y conseguiremos la Nadthar.

Faratheir observó detenidamente las runas élficas. Eran extraños garabatos que solo podían ser descifrados por los elfos de antaño.
–No solo los antiguos elfos lo pueden descifrar. –Dijo Hälen adelantándose- Durante mis años en estas tierras, he aprendido la lectura de runas y su análisis.
Hälen observó durante varios minutos las runas, pero eran muy extrañas.
–Creo que lo he descifrado. –Dijo al fin.– Dice: Fyothell d Ôlfin, on yiantel dêral… freäthor gall, t fyall graêndar.
Faratheir y Siveltheir se quedaron atónitos.
– ¿Puedes traducirlo Hälen? –Preguntó Sivel.
–Claro. –Respondió el hada– Templo de Ôlfin, solo los sabios entrarán… pasa tu mano, y la luz te abrirá.
–Vamos! –Gritó Faratheir– Si es muy fácil!
Entonces, el jinete puso su mano sobre la runa, esperó unos minutos, y una resplandeciente luz azul bajó como una nube del cielo. Se dirigió a la puerta suavemente y con un estruendo la destruyó.
–¿Qué esperamos?, adentro. –Faratheir subió al caballo y entró al templo. Siveltheir y Hälen lo siguieron.
–Pero, padre. –Dijo Sivel algo turbado– ¿La puerta quedará así?, Ganford entrará sin problemas.
–No lo se hijo. –Respondió Faratheir– No lo se.
Cuando todos entraron, una nueva puerta se fue formando desde la tierra.
–jajaja. –Rió Faratheir– Ahí la tienes!